Isabelle Faust, violín.
HM, HMC 902124 (CD)
Un prodigio de principio a fin
Dos años después de la primera entrega, Harmonia Mundi completa una integral que tardará mucho tiempo a buen seguro en ser superada, si llega a serlo algún día. Ha coincidido en el mercado con la publicación de la versión de Amandine Beyer, aún más puramente barroca que la de Faust, pero igualmente recomendable. Ambas, de hecho, forman un díptico tan complementario que, teniendo las dos, podría prescindirse casi de cualesquiera otras versiones. Y eso que estamos hablando de unas obras con una discografía ingente. El asombro que provocaba el quehacer de la violinista alemana en su primer disco se ve ahora redoblado. Se siente claramente más cómoda tocando con cuerdas de tripa y arco barroco, y ha ganado experiencia en este ámbito gracias a sus giras con la Orchestra Mozart de Abbado y la Orchestre des Champs-Elysées de Philippe Herreweghe. Pero, más allá de eso, está la manera de comprender las obras y, a renglón seguido, el modo extraordinario de plasmar esta comprensión. Para Faust, todas y cada una de las notas son necesarias para dotar de sentido a estas obras maestras. Tomemos, por ejemplo, el Allegro conclusivo de la Sonata n. 1, un incesante moto perpetuo de semicorcheas. Gracias a sus leves acentuaciones de algunas notas, Faust nos permite percibir la armonía subintellecta y los diálogos imaginarios entre las voces. Se trata de inflexiones sutilísimas del arco, pero sin ellas la música se convertiría en una sucesión ininterrumpida y homogénea de notas: en sus manos, la imagen pasa de ser unidimensional a pluridimensional, con toda la riqueza que ello comporta. La dinámica está también en constante transformación: escúchese con atención, por ejemplo, la Allemanda inicial de la Partita n. 1, con todas las frases abriéndose y cerrándose gracias a arcos dinámicos casi imperceptibles. Y las repeticiones se enriquecen con una ornamentación mínima pero esencial para profundizar en el contenido de cada sección. Nunca las Doubles de esta Partita habían sonado con tanta claridad como lo que son: variaciones nacidas del movimiento precedente, del que brotan siempre sin solución de continuidad, con la última nota de uno y la primera de otro sutilmente unidas (¡qué uso de la media voz en la double de la Sarabande!). Y en la Fuga de la Sonata n. 2 Faust vuelve a obrar el milagro de convertir el violín en un instrumento naturalmente (no artificiosamente) polifónico, capaz de dibujar sus voces con idéntica (no desigual) nitidez y de tejer un contrapunto imitativo terso y cristalino. Hace falta oírlo varias veces para creerlo, porque el disco es un prodigio de principio a fin, uno de los mejores, sin duda ninguna, de los últimos años. Perdérselo sería imperdonable.
L.G.