Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo Marzo 2021 - Núm. 948

ANDRIS NELSONS. Obras de TCHAIKOVSKY, MUSSORGSKY/SHOSTAKOVICH, WEINBERG, MOZART y SHOSTAKOVICH.

Baiba Skride, violín. Hakan Hardenberger, trompeta.
Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig / Andris Nelsons.
Accentus ACC70508 (3 DVD)



La crítica

TCHAIKOVSKY EMANCIPADO

Tengo unas cuantas razones para pensar que Andris Nelsons es uno de los mejores directores de orquesta de su generación, si no el mejor. Pero hay una que me parece crucial y quiero compartir con ustedes. Es un maestro sumamente interesante porque sus propuestas interpretativas casi siempre lo son; es muy bueno en el oficio porque maneja la orquesta como quiere; pero, por encima de ello, opera de una manera que le distingue de sus colegas, tanto del pasado (ardua competencia, obviamente) como del presente (aquí lo tiene bastante fácil: los Chailly, Petrenko, Thielemann, Rattle, Gergiev, etcétera, andan claramente por atrás, y algunos de ellos a considerable distancia).

El asunto es que raras veces se deja guiar por ideas que sean resultado de una subjetivación que proceda de sí mismo: sin atender a las consabidas técnicas de objetivación, tan magistralmente usadas por los más grandes de la especialidad, lo que Nelsons logra es que la música se exprese por sí misma sin necesidad de intenciones añadidas, tantas veces producto de historias paralelas, seguramente procedentes de estados de ánimo del  propio intérprete, aun ajenas o no al espíritu de la partitura. Por eso no solo es difícil adjetivar sus versiones, sino que, al hacerlo pensando que se trata del único procedimiento que tenemos los críticos para explicarnos, erraremos de lleno.

Lo más resaltable de la, por otro lado, formidable técnica de Nelsons es poder conseguir que el drama o el lirismo, el patetismo o la alegría, la melancolía o el empuje, etcétera, que nos puedan llegar de las músicas que interpreta son solo los justos, los presentes en el entramado de cada obra, en el engarce de sus notas. En este sentido, la virtud más reivindicable de la batuta de Nelsons es la naturalidad, la lógica con que surgen en sus versiones todas esas cosas. Casi nada. Naturalmente podemos sentir tentaciones. Podemos preferir (para músicas como las presentes en estos DVD) versiones más subjetivas (o lo contrario), es decir, encendidas, apasionadas, negras o, en fin, cualquier otro adjetivo que se les ocurra, a directores del pasado que sentaron cátedra en un sentido u otro. Por ejemplo,  Klemperer o Bernstein, ambos al final de su vida, pero poco añadiríamos así a lo que ya sabemos. El mérito ahora está en poder contemplar algo nuevo. Y celebrarlo. Los tres “tchaikovskys” y alguna cosa más de estos discos es una excelente oportunidad para ello. Nelsons no nos habla objetiva o subjetivamente. Sino todo lo contrario, es decir, dejando que sea la música quien se exprese.  

Conciertos entre 2018-19

Estos DVD son producciones de tres conciertos celebrados en la Gewandhaus de Leipzig. Es poco probable que se trate de una recopilación siguiendo el hilo de las tres últimas Sinfonías de Tchaikovsky, dudo mucho que hubiera una intención previa parta hacerlo así. Tuvieron lugar en marzo de 2018 (Sexta), mayo de 2019 (Quinta) y diciembre del mismo año, con la Cuarta. En cada ocasión, con el (o los) acompañamiento (s) correspondiente (s). En el primero Nelsons programó la Sinfonía n. 40 de Mozart, de la que realizó una magistral interpretación. La primera impresión tras la escucha nos llevaría a pensar que fue una versión muy dramática. Sin embargo, y como ya explique antes, ese “drama” (no otra cosa que la exposición y relato de un estado de ánimo) pareció surgir de la propia música, y no de la opinión de Nelsons sobre la misma. Sonó esta con esa autonomía maravillosa, como protagonista de todo, emergiendo como resultado de una invitación. Y sí, en ese sentido los sonidos nos llegaron con una asombrosa independencia, y, desde luego, plagados de conflictos humanos, pero también de un lirismo y una divinidad plenamente mozartianos.

El segundo concierto incluyó la orquestación de Shostakovich para la introducción de Khovanshchina de Mussorgsky y el Concierto para trompeta Op. 94 del prolífico Mieczyslaw Weinberg, en un sin duda programa coherente: Shostakovich en diferido en ambos casos, pues la obra de Weinberg no disimula parecidos (en todo, en lo bueno y en lo tedioso). Hakan Hardenberger dio buena cuenta de la pieza; supo vencer el aburrimiento en más de un momento. Y poco más hasta llegar Tchaikovsky. En el tercero, por último, la obra de entrada fue el Concierto para violín n. 1 de Shostakovich, compositor que, como se verá, a Nelsons le encanta programar. La versión estuvo dominada por la discreta Baiba Skride, un solista carente de elocuencia romántica, lo que le sentó de maravilla al espléndido primer movimiento de la pieza, cuyo casi cuarto de hora engulle literalmente al resto, que, a mi entender, es pura especulación. Magnífico su bis, la Elegía de Stravinsky.

Música sinfónica rusa

Por proximidad geográfica y afinidad étnica podríamos pensar que Nelsons podría tener una especial relación con la música sinfónica rusa. Ni rastro de ello; más bien nos parece que Brahms se hubiera instalado en San Petersburgo. Lo que quiero decir es que el primer rasgo fundamental del Tchaikovsky de Nelsons es la ausencia del tópico, sin duda marcado por ese patetismo desesperante a que los directores suelen someter la música del autor de Cascanueces. Otra vez estamos ante un Nelsons que deja hacer a la música sin entrometerse. La deja expresarse, es decir, disfrutarse a sí misma en una suerte de canto continuado que más nos recuerda a las brisas de los bosques alemanes. Toda esa incisividad, ese sonido roto, ese fuego interior de la soledad y la incomprensión presentes en las grandes versiones históricas de las Sinfonías de Tchaikovsky son transmutadas por Nelsons en pura música, sin aditamentos, sin adherencias. La orquesta vuela y los solistas (que, recuérdese, tienen tajo en las tres) expanden una envidiable libertad de acción. 

El resultado de todo ello es un Tchaikovsky que, sin dejar de ser espectacularmente expresivo, se manifiesta de manera distinta. Desde luego desde un universalismo que, ya era hora, merecía que alguien encontrara. He escuchado estas obras a buena parte de los directores que he nombrado antes (y otros), y a veces extraordinariamente bien y con rasgos personales fortísimos, pero es la primera vez que he podido realizar una escucha liberada de prejuicios, una escucha que no esperara como una nueva y obligada vuelta de tuerca a un modelo aceptado como necesario. Esta vez es diferente, y lo es porque los resultados quedan liberados del prejuicio para instalarse en un contexto distinto. Y seguramente más creativo por su poder para presentar el cambio como un verdadero descubrimiento. Un hallazgo consistente en que la música se emancipe del intérprete. No hay muchos directores hoy que se atrevan a hacer algo así. O que puedan hacerlo.

Pedro González Mira

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