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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Voces en auxilio del montaje - por Juan Antonio Llorente

Munich - 06/11/2021

Algún espectador de los que acudieron el pasado domingo a la función de Il Trovatore en la Ópera de Munich pudo pensar que lo que veía en el escenario guardaba relación con el ajetreo de monstruos de pacotilla que en la calle empezaban a celebrar la noche de Halloween. Nada más lejos -o quizás más cerca- de la realidad. El montaje de Olivier Py para la conocida ópera verdiana inspirada en el drama romántico El Trovador, del español Antonio García Gutiérrez, se estructura en torno a la truculenta presencia de un muerto viviente, personaje que, en el libreto de Cammarano y Bardare, solamente se alude: el de la zíngara cuya ejecución en la hoguera desencadena el drama.

Esta licencia, lícita por otra parte, no es más que una anécdota para sumar al gran número de injustificadas audacias que el regista francés se permite. Empezando por trasladar la guerra civil, que en la obra teatral se libra entre Vizcaya y Aragón a principios del Siglo XV, a la más reciente: la que Picasso describe en su Guernica. De nuevo, a esa España negra, que tanto morbo ha suscitado y, como se ve, habida cuenta que la propuesta es de 2013, sigue suscitando a algunos directores vanguardistas.

El resultado, exceptuando el rojo intenso del cordón umbilical multifunción del niño desaparecido, se resume como una ucronía en blanco y negro. Una distopía en lectura de feísmo industrial dominada por ruedas dentadas [¿el inexorable paso del tiempo?], donde cualquier propuesta del director, por peregrina que sea, encuentra su acomodo: desde el laberinto cretense que justifique la lucha del minotauro a penitentes encapirotados precediendo la quema de una cruz monumental a la manera del KKK; desde la soldadesca de camuflaje ordenada por un mando pistola al cinto, según la convencional iconografía del comisario fascista, a la locomotora que golpean para acompañar el coro del aquí inexistente yunque. Sin necesaria justificación, pendiente ésta de la voluntad del espectador, que acabará viéndola como provocación. Incluso religiosa, tratándose de Baviera,  un land declaradamente católico. Como el momento en que el Conde, desafiando a los Cielos, a la voz de “Ni un Dios puede robárteme”, rompe un crucifijo.

Semejante disparate sólo lo puede salvar un reparto de fuste, y esta vez se ha conseguido. Desde que Ferrando, el bajo de la casa Bálint Szabo, encaramado en un teatrillo a guisa de trujamán, proclama su “Alerta”, dispuesto a hacer spoiler para sus vecinos de lo que va a suceder, se enderezaron las cosas. Gracias en primer lugar a las prestaciones desde el foso de una orquesta de excepción a las órdenes lúcidas y precisas del italiano Francesco Ivan Ciampa, que debutó el pasado año con este mismo título en el coliseo muniqués. Además de un coro generoso, adiestrado por Stellario Fagone.

Una incógnita a resolver era la presencia como Leonora, protagonista femenina, de Saioa Hernández, compareciente esa noche por primera vez en la Ópera de Baviera, sustituyendo a Sondra Radvanovsky, que hace unos meses cayó del cartel. La soprano madrileña, que el debut de este papel en 2017 le abrió las puertas del San Carlos de Nápoles, y a principios de este año las del Festival de Las Palmas, seguro que no dudó en aceptar la propuesta sabiendo que contaba con la presencia de Ciampa, cuya complicidad se percibe manifiesta. Saioa, notoria verdiana que se anota el dato de haber sido la primera soprano española en abrir temporada en la Scala de Milán, no se arredró, aun consciente de las limitaciones impuestas a su papel por la impronta estética general. Valiente, como demostró recientemente en el Teatro de la Zarzuela con la Circe de Chapí, defendió con seguridad una Leonora, convertida en ciega por capricho de Olivier Py. Firme, segura, rotunda desde su entrada un´ altra notte ancora, con actitud que recuerda a su mentora Montserrat Caballé -desde el aplomo en el ataque hasta esa voz flotante que tanto se alabó a la desaparecida maestra-, fue ovacionada tras las perfectas agilidades con que remató Tacea la notte placida, acabando de convencer al público con el terceto que marca el final del primer acto, compartiendo aclamaciones con los rivales por su amor en la ópera: el trovador y el Conde de luna, a cargo respectivamente de Francesco Meli y George Petean.

El tenor genovés brilló en el papel titular, escalando con facilidad a las notas más altas en una cascada de voz, pendiente de asentar para convertirse en referente más allá del repertorio belcantista en el que se le tiende a encuadrar. Petean, el barítono rumano que pondrá doble guinda en el cierre de la actual temporada madrileña -en la Siberia, de Giordano, que tanta expectación despierta, y como Nabucco, donde volverá a coincidir con Saioa Hernández- , fue aclamado como el Conde de Luna, exhibiendo un rico arco expresivo después de ajustar algún problema de fraseo en el arranque.

Mención aparte merece la presencia de Okka von der Damerau como Azucena, el personaje femenino más humanizado de la producción. Con casaca y sombrero de copa, la hija de la zíngara muerta obligada a su venganza, transmite el aspecto de una maga de circo. Apoyada en presencia escénica y potente bis actoral, mima un rol que sólo había cantado en concierto en St. Gallen y nada más pudo explotar escénicamente una noche en este mismo teatro en marzo de 2020, dos días antes de que la pandemia obligase a cerrarlo. Desde entonces hasta ahora se la pudo escuchar sin escena en Barcelona, con Dudamel estrenando el foso del Liceu.

Más allá de la actriz, si Okka destacó por encima de todo fue por su voz, cargada de dramáticos y contundentes colores en los tonos bajos, capaz al tiempo de proyectar estremecedores agudos, fruto de haber educado su voz, como contaba hace unos meses a esta revista, entre Verdi y Wagner. Estremecedora desde su entrada con Stridi la vampa, cuesta imaginar hoy una Azucena mejor en el panorama lírico. Okka se ganó al público que la reconoce como familiar, tras haber permanecido una década en la escudería de la Bayerische Opera donde ahora comparece como artista invitada.

Juan Antonio Llorente

 

Francesco Meli, Saioa Hernández, George Petean, Okka von der Damerau, Bálint Szabó, Emily Pogorelc, Evan LeRoy Johnson, Roman Chabaranok, Joel Williams.

Bayerisches Staatsorchester / Francesco Ivan Ciampa.

Escena: Olivier Py.

Il Trovatore, de Giuseppe Verdi.

Bayerische Staatsoper.

Foto: “Una distopía en lectura de feísmo industrial dominada por ruedas dentadas [¿el inexorable paso del tiempo?], donde cualquier propuesta del director, por peregrina que sea, encuentra su acomodo: desde el laberinto cretense que justifique la lucha del minotauro a penitentes encapirotados precediendo la quema de una cruz monumental a la manera del KKK” / © Bayerische Staatsoper / W. Hosl

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