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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Un atisbo de esperanza (Real Filharmonía de Galicia) - por Ramón G. Balado

Santiago de Compostela - 07/01/2021

Teimuraz Janikashvili, violín solista, fue compañero destacado en este entrelazamiento que enmarcaba a Piazzolla y Max Richter, entre dos de Le Quattro Staggione vivaldianas, para este tiempo de sobreponerse a inquietudes. Max Ritter, en esta observancia vivaldiana, es un avezado en los géneros de nuevas tendencias; un alemán asentado en Inglaterra, estudió en la Universidad de Edimburgo, antes de seguir en Florencia tanteando el magisterio de Luciano Berio y para cofundar el Piano Circu, con una curiosidad manifiesta por creadores actuales: Arvo Pärt, Brian Eno, Philip Glass, Julia Wolfe o Steve Reich. Una experiencia, fue la colaboración con el ganador del Mercury Roni Size, In The Mode. En solitario, se aventuró con Memoryhouse, en 2002, junto a la BBC Philharmonic O. que tendrá su continuidad con The Blue Notebook, con textos de Tilda Swinton, una idea que continuará con Songs from Before, remitiéndonos a un escrito  en boga, Haruki Murakami, con lecturas de Robert Wyatt. El ámbito mediático, será una trayectoria segura a partir de la banda sonora de From the Art of Mirrors, para el filme en super-8 de Derek Jarman. Pruebas entre lo clásico y lo puramente experimental: 24 Postcards in Full Colour; Infra, para el coreógrafo Wayne McGregor y Julia Opie, del London Royal Ballet. Un Vivaldi que sin alardes, se mantenía dentro de una ortodoxia respetuosa.  

El Invierno RV 297 y El otoño RV 293 vivaldianos, de Le Quattro Staggione,  culmen de su estro y su indiscutible talento, se prestaban a una velada de común relajamiento-el maestro Daniel, al clave-. Pura audacia en su conjunto gracias a una elaboración que fluye con absoluta vitalidad. El trabajo, en definitiva, había sido dedicado al conde bohemio Wenzel von Morzin, con cierta seguridad un alumno suyo y puede que un cliente entusiasta del maestro. En el frontispicio que legará a la posteridad, fueron asumidos por la editorial, sin un claro patrocinador y posiblemente el conde era conocedor de los mismos. El título del grupo de los conciertos, tan llamativo y sublime, tan programáticos como descriptivos, era muy propio del barroco, aceptándose el estímulo de la propia naturaleza como argumento primordial. Una premisa presente en compositores de  toda época, pero que en este caso parece haber acertado con los parámetros pretendidos. La inclusión de los  respectivos sonetti demostrativi, refuerzan el talante de las  obras. Como contraste, La Primavera, de Las cuatro estaciones porteñas, de Astor Piazzolla, bajo la  necesaria preceptiva  orquestal de  Leonid Desyatnikov.

Gioacchino Rossini en un detalle a punto por su jovialidad y bonhomía  y para esta gala, una página perenne como es la Obertura de Guillaume Tell, tan frecuente en conciertos de toda laya. Decía el maestro Zedda que el descriptivismo de la música contribuye a inscribir esta ópera en una tendencia de signo romántico, y  ello a pesar de la utilización de una vocalidad belcantista abstracta y semántica. La acción se desarrolla en un marco carente de ampulosidad. La obertura que precede ratifica la condición de obra maestra en lo que supondrá su penúltima ópera. Un alarde de refulgente florilegio sonoro en preparación del drama liberador que se prepara y que en buena medida, en cuanto al conjunto de la ópera, será un reflejo del traslado a Francia constatable en la confirmación de unificar el magnífico equilibrio de componentes opuestos, desde lo apolíneo a lo dionisíaco.

Johann Strauss II y la obertura de El murciélago, como encabezamiento,  esa opereta procedente de la comedia Le Réveillon, de Henri Meilhac y Ludic Halévy, para cubrirse de gloria en su estreno en el mítico Theater and der Wien vienés, un 5 de abril de 1874. Siempre a cuestas con la benéfica aureola del Non plus ultra del género. Las garantías quedaban aseguradas por quien supo adornar con su música el libreto de dos insignes colaboradores de otro patrón del género de la  opereta, es decir Jacques Offenbach y cuya comedia Le Réveillon, había conseguido un éxito a lo grande un par de años antes en París. Puente de plata a lo que resultará lo que los buenos aficionados aprecian en estos estilos. Curiosamente, la propia comedia de la pareja Meilhac Haévy, se remontaba a otra de Roderich Benedix, Das Gefängnis (La Prisión), estrenada en Berlín en 1851.   

Ramón García Balado        

Teimuraz Janikashvili. Real Filharmonía de Galicia / Paul Daniel

Obras de Vivaldi, A. Piazzolla, Max Richter,  G.Rossini y J. Strauss II

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela

Foto © Xaime Cortizo

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