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Crítica / Mussorgsky: una isla - por Juan Gómez Espinosa

Madrid - 24/10/2022

Mussorgsky, el incomprendido, el maldito, el “corregido”, el alcohólico, salvó la tarde del viernes. Antes, la primera parte se dedicó a Chopin. Podríamos alegar que la pianista se desconcentró por algún espectador que tardó en sentarse, o por algún móvil indeseable. Pero lo cierto es que Anna Fedorova mostró problemas en su proyección de la fuerza.

Apenas empleó la espalda, y el resultado fue una tensión continua en los antebrazos. Vamos, una tendinitis potencial. Cuando la energía no se descarga, aparece la falta de fluidez, los arpegios y escalas pierden velocidad y precisión, y la limpieza se encuentra amenazada. La prueba más evidente era esa pierna izquierda que propinaba patadas constantes al aire (por algún lugar quiere escapar la fuerza mal canalizada); eso cuando su pie no pisaba la sordina de manera abusiva.

El otro se ocupaba de un pedal excesivo, formando unas resonancias sucias que se deformaban al morir en los finales. Una pena, porque Fedorova posee unos dedos capaces de explorar hasta el fondo de las teclas. Su Chopin resultó aburrido en las partes más líricas y sin ningún misterio, ni siquiera en el primero de los nocturnos, que ya es ambiguo “de fábrica”. Eso sí: no hay nada como emplear la fuerza para que te aplaudan.

Así ocurrió en el clímax de la balada, en la que el público aplaudió con ganas pese a que, obviamente, la pieza no había terminado. En este caso, podríamos entrar en un debate sobre si es aceptable que se aplauda a mitad de una obra clásica. En la ópera y en el jazz no sólo ocurre, sino que es costumbre. Hay tantos argumentos a favor como en contra. En otra ocasión lo hablamos.

Pero el viernes no quedó claro si ese aplauso nació con toda la consciencia o por ignorancia. Por fin, llegó Mussorgsky y esa obra maestra que constituyen sus Cuadros. Una pena que el de Ciclo Grandes Autores e Intérpretes de la Música, de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), cuyos programas se caracterizan por apartarse de la norma, no proyectase imágenes de las pinturas.

En el ruso, Fedorova sí se mostró mucho más libre, la técnica fluyó y disfrutó haciendo disfrutar al público. Creó momentos de enorme inspiración, como en “Ganado” o “La cabaña sobre patas de gallina”. Tal vez “La Gran Puerta de Kiev” podría haber sonado con mayor solemnidad, pero lo cierto es que el Mussorgsky no defraudó. Pero el incomprendido resultó una isla en la velada. Después de él, llegaron las propinas.

Fedorova fue generosa, y eso hay que agradecerlo, pero hay regalos y regalos. La “Danza del fuego” fue un despropósito absoluto, a un ritmo que solo podrían danzar bailarines dopados y con un final en el que se perdieron notas (incluso las escalas se convirtieron en glissandi) y los últimos acordes sonaron a pasodoble acelerado.

Después, Fedorova hizo lo que pudo con unas variaciones sobre Gaudeamus Igitur creadas por un músico actual (cuyo nombre no voy a citar) y que ya en tiempos de Chopin habrían resultado anticuadas. Finalmente, la pianista brindó un Vals del minuto muy eficaz que multiplicó los bravos en las bocas del personal. Y Mussorgsky esperó a los amantes de la música en los bares cercanos. 

Juan Gómez Espinosa

 

“Anna Fedorova, la Fuerza del Piano”

Ciclo Grandes Autores e Intérpretes de la Música. CSIPM, Universidad Autónoma de Madrid.

Obras de: Frédéric Chopin (Fantasia Op.49, Nocturno Op. 27 n.º 1, Nocturno Op. 27 n.º 2, Balada n.º 4, Op. 52) y Modest Mussorgsky (Cuadros para una exposición).

Intérprete: Anna Fedorova (piano).

Fecha y lugar: 21 de octubre de 2022. Auditorio Nacional de Madrid. Sala de cámara.

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