Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Más allá de las fronteras - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 04/12/2021

Este pasado 1 de diciembre, tuvimos la oportunidad de disfrutar del último concierto que ha ofrecido, en la serie Barbieri, el ciclo de Ibermúsica durante este mismo año 2021, con un programa comprendido por tres de los principales autores pertenecientes al entorno germánico del ámbito centroeuropeo, compositores que, incluso en el caso del primero, integran en su producción un lenguaje característico del profundo romanticismo, con partituras representativas como parte del compendio de su obra.

La propuesta también comportó, como se indicaba en las notas al programa, una orientación encaminada hacia el conocimiento tanto del arte como de su implicación en la época contemporánea, cuando establecemos una relación adecuada con el patrimonio del pasado y que resulta realmente esencial para el cultivo de la sensibilidad en el interior del ser humano.

En una sala con el aforo prácticamente completo, la agrupación invitada en esta ocasión, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín, una de las más importantes formaciones de esta ciudad, bajo la batuta de su director titular y artístico desde hace varias temporadas, Vladimir Jurowski, reconocido además como uno de los principales representantes en el panorama internacional como consecuencia de una proyección que permanece incesante, acometió la interpretación de la obertura de Don Giovanni de Wolfgang Amadeus Mozart, partitura que transmite, desde los primeros compases, la esencia del contenido de la ópera correspondiente, construida sobre una contraposición entre los contenidos de la tragedia y de la comedia, y que encontró su reflejo desde el comienzo con una sonoridad enérgica, dinámica, construida de manera equilibrada y con la elección de un tempo posiblemente más ligero que en otras versiones tradicionales, en la que, no obstante, se mostró toda la afectividad y la atmósfera tenebrosa característica de la escena a la que hace alusión.

Este planteamiento inicial se encaminó hacia la modulación al modo mayor en esa pretensión continua del compositor austríaco por la búsqueda de la luminosidad, de la transparencia y de la felicidad, con una ejecución adecuadamente consolidada, con una buena dirección, técnicamente definida, y con una elegancia que permitió que los fragmentos exigentes en las cuerdas, particularmente en los violines, se observasen con una naturalidad que huyó de cualquier alarde de virtuosismo superficial. El compendio del recorrido se dirigió hacia una personalidad en la que se unieron lo bromista, lo exigente, lo idealista y lo orgulloso.

La segunda obra, el monumental, paradigmático y extraordinario concierto para violín y orquesta de Johannes Brahms, una de sus creaciones sinfónicas más reconocidas e incluso elaboradas, vinculadas también a su reconocida amistad con el violinista Joseph Joachim, a quien encargó la creación de la cadencia correspondiente al primer movimiento, estuvo abordada por el violinista Leónidas Kavakos, uno de los intérpretes predominantes tanto en el panorama internacional como en el ámbito mundial, quien, con el paso del tiempo, casi pareciera encontrarse todavía más conectado, si fuera posible, con el propio lenguaje y con la configuración de sus características como violinista, una circunstancia a la que seguramente haya podido contribuir decisivamente su reciente incorporación también al mundo de la dirección de orquesta.

El planteamiento de esta partitura, consolidado desde el sonido alemán característico que únicamente una formación procedente de esta nación podría generar, con una intensa profusión tanto en la preponderancia de los instrumentos graves como en el equilibrio entre todas las secciones, nos mostró a un Kavakos entregado y conectado completamente hacia la música, con el discurso, con el fraseo o con la entrega en torno a una visión que tiene profundamente interiorizada y en un momento en el que, a nivel artístico, podríamos afirmar que permanece probablemente en el punto de máxima madurez de toda su trayectoria.

La resonancia de su instrumento impactó desde el inicio de tres movimientos sumamente contrastantes, en los que los pasajes virtuosos y de mayor exigencia idiomática fueron resueltos con absoluta precisión, claridad y sentido musical, al margen de disponer en todo momento de una articulación y de una conectividad tanto en los episodios de mayor dramatismo como en los períodos de exaltación romántica y pasional que deleitaron a todos los asistentes. El sonido voluminoso, amplio, potente, con riqueza en colores y en matices, o con una proyección impactante, halló del mismo modo un contraste clarividente en la propina que se ofreció, el segundo movimiento de la tercera partita para violín solo de Johann Sebastian Bach, con una excelencia tanto en su discurso reflexivo como en las pequeñas ornamentaciones propuestas que continúa erigiendo a este instrumentista como uno de los más relevantes de su generación.

Como culminación, en la segunda parte, la agrupación abordó posiblemente la creación sinfónica de mayor extensión y posiblemente pretensión de Franz Schubert, la catalogada como su novena sinfonía, denominada “La grande”, pese a que la ordenación del corpus de este autor encuentra diferencias considerables en función de diversos criterios, a la que se considera como una reflexión personal de lo inestable o lo vulnerable en el ser humano y que subyace a ese intento de búsqueda de conciliación mediante la diversidad armónica.

Los cuatro movimientos que comprende se dispusieron, con una excelsa interpretación, entre el dramatismo, la divagación, la evocación de la alegría lejana y la aceptación del desorden vital. La enérgica dirección de Jurowski, quien imprimió al esquema sonoro una adecuada energía, fluidez y dirección desde el primer instante, estuvo determinado, de la misma manera, por la ejecución impecable de una formación completamente conectada, con gran riqueza tanto en sus matices como en sus planos sonoros y dinámicos, con una adecuación perfectamente estructurada entre los solistas de viento y con una energía que tuvo su apoteósica culminación en un cuarto movimiento brillante.

La concepción de una sonoridad construida desde los contrabajos, menores posiblemente en número, pero con una destacable entrega, encontró también períodos de un exquisito cantábile y un refinado lirismo en los movimientos centrales, con las intervenciones tanto de violonchelos como de violines primeros, sin desatender a las secciones centrales de la cuerda, ubicadas en la disposición tradicional austríaca, con los violines enfrentados, generando una concepción estereofónica y con mayor preeminencia de los registros graves.

El público ovacionó de manera activa la pasional interpretación de una composición realmente extensa, exigente y demandante, en la que el transcurso de las páginas no pareció hacer disminuir, o hacer perder en ningún momento, la naturalidad, la facilidad y la complicidad que durante toda la velada compartió este formidable combinado.

Abelardo Martín Ruiz

 

Ciclo Ibermúsica

Serie Barbieri, 1 de diciembre de 2021

Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica

Obras de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Johannes Brahms (1833-1897), Franz Schubert (1797-1828)

Leónidas Kavakos, violín

Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín

Vladimir Jurowski, director

Foto © Peter Meisel

429
Anterior Crítica / Entre bulerías, soleás y alegrías - por Luis Mazorra
Siguiente Crítica / Para escapar del mundanal ruido, Raquel Andueza y La Galanía - por Alicia Población