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Crítica - La ópera è mobile (Rigoletto - Palau de les Arts)

Valencia - 27/05/2019

La caída del telón en la ópera produce efectos secundarios, principalmente dos, el contagio o la inmunización. El primero tiene unos síntomas muy evidentes: continuo tarareo y silbido de las melodías recientes y más conocidas y, en los casos más graves, de difícil cura, una búsqueda y ampliación del contagio con más dosis. El segundo caso, el inmunizado, tras la caída del telón, se le advierte muy preocupado por el resultado del partido de fútbol de su equipo favorito y por un inminente olvido de todo lo visto y escuchado. Ambos casos se pueden dar tras Rigoletto, no solo un título de toda la vida: es la ópera italiana más perfecta de la historia. Y el Palau de les Arts de Valencia la ha subido a escena con el convencimiento de que así era, un gozo para el aficionado y para el entendido.

En principio, la apuesta escénica de Sagi apostaba por facilitar las cosas a los cambios de decorado, aunque algunos se hicieron demasiado lentos, perdiendo tensión entre una y otra escena (por ejemplo, el paso a la primera escena entre Rigoletto y Sparafucile). Sagi ha respetado la tradición, ha vestido con lógica a sus personajes y los ha movido con sentido, respetando la música. Es decir, nos ha contado la historia de Rigoletto.

Todos sabemos que desplazar de época Rigoletto no es un riesgo, el verdadero riesgo es no dar con la esencia de la obra, sea en la Mantua del settecento original o en el Chicago de gángsters y sórdidos night clubs. Como en Rigoletto nada ocurre al azar, toda la acción se resume en la primera nota del Preludio: el desastre. Es el fracaso del oprimido, del que sabe que nada en la vida le saldrá como quiere, de la fatalidad (la maldición de Monterone no es más que una excusa al olor a fiambre que se desprende a cada paso). Como en el cine negro, con el que tantos puntos en común tiene, todas las acciones del débil (Rigoletto) están condenadas al fracaso, mientras el poderoso (Duque) saldrá inmune y reforzado de las acciones del débil. Y aun mayor es su mensaje político, devastador: el pobre, si usa los medios del rico, no recibirá los mismos resultados satisfactorios de éste.

Con Rigoletto si inicia la trilogía más famosa de la Historia de la Ópera (Da Ponte-Mozart aparte), musicalmente incontestable pero socialmente aún más directa: cada protagonista de cada ópera es un marginado: el bufón, la puta (La Traviata) y la gitana (Il Trovatore). Y todavía piensan algunos que Verdi era un conservador…

En el reparto (no tuve a Nucci) destacó por encima de todos el conocimiento del estilo y del personaje que hizo Celso Albelo del Duque de Mantua, para el que Verdi, en una curiosa paradoja, le escribe una música maravillosa a pesar de ser un ser tan deleznable. Su fraseo, que ha ganado más personalidad, aunque mantiene lo mejor de la escuela krausiana, junto a un timbre de gran belleza, una encarnación del rol y (¡sobre todo!) un énfasis en ciertas frases determinantes de su carácter, compusieron un Duque ejemplar.

Gilda, cuya pura belleza está predestinada al desastre desde que aparece, fue encarnada de tal modo por Maria Grazia Schiavo. Es Gilda un papel muy complejo, por su dificultad y pasmosidad en escena, salvo las agallas que demuestra en el final de la ópera.

No es un barítono de honda emisión y buen volumen Vladimir Stoyanov, pero hace un buen protagonista, aunque por momentos su poco volumen no cumpla con lo exigido (sus ¡Cortigiani!).

Roberto Abbado, que conoce Rigoletto como pocos, precisamente osciló su dirección hacia el cantante que presidía en cada momento el escenario, alternando su volumen con la escena que debía seguir. Pero lo mejor fueron los miles de detalles de director, haciendo resaltar texturas y frases aquí y allá, poniendo la piel de gallina en cada uno de los finales de acto, como mandan los cánones. Sabe el italiano que esta ópera viene acompañada desde la primera nota por una guadaña, adornada con la belleza del supremo arte de Verdi. Y así, tal cual, la hizo. Y con la orquesta de la Comunitat Valenciana y con esa cuerda (deberían ir los responsables artísticos de los grandes teatros a escucharla, para mejorar de este modo las suyas…), las cosas parecen más fáciles.

En el original de Victor Hugo, del que se apartan bastante Verdi y Piave para este Rigoletto, Monsieur de Gordes (el Marullo en Verdi) dice en el primer acto: “Un rey que se divierte es un rey peligroso”. Pues parafraseando, diría, “un pueblo que se divierte en la ópera, es un pueblo menos peligroso”. Está claro, todas estas cosas mejoran una ciudad, como Valencia, qual piuma al vento.

por Gonzalo Pérez Chamorro

Maria Grazia Schiavo, Celso Albelo, Vladimir Stoyanov, etc. Orquestra de la Comunitat Valenciana (OCV), Cor de la Generalitat Valenciana (CGV) / Roberto Abbado. Escena: Emilio Sagi.
Rigoletto, de Giuseppe Verdi.
Palau de les Arts, Valencia.


Foto © Mikel Ponce / Miguel Lorenzo

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