Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / James Ehnes: el violín en Britten - por Ramón García Balado

A Coruña - 22/03/2023

El canadiense James Ehnes, fue solista con la Orquesta Sinfónica de Galicia del Concierto para violín nº 1 Op. 15. De Benjamin Britten, dirigido por Juanjo Mena, para un programa que incluyó Scapino (Comedy Overture), de William Walton y la Sinfonía nº 1, en La b M.. Op. 55 de Sir Edward Elgar. James Ehnes, fue alumno de Francis Chaplin en la Sally Thomas Meadowymount School of Music, ampliando en la Juilliard School of Music neoyorquina, recibiendo el Peter Mennin Prize. Es promotor del grupo que lleva su nombre, Ehnes Quartet, integrado por la violinista Amy Schwartz, el viola Richard O´Oneill y el chelista Edward Arrow. Dispone de un Ex-Marsick Stradvarius (1715), el violinista belga Martin-Pierre Marsick (1847/1924), un sobresaliente maestro que creó una importante escuela.

William Walton con la pieza Scarpino (Comedy Overture), un encargo de la Chicago S.O. y que se daría a conocer en 1941, partiendo en su ideario de la poética de Jacques Callot, y cuyo precedente nos traslada a una visita amistosa con Frederick Stock, quien velaría por su realización, en un proyecto posible de cinco piezas, conmemorativas del quincuagésimo aniversario de la orquesta y que habría de titularse  Varii Capricci, remitiendo al talante del estilo de la Commedia dell´arte, modelo que Walton había tratado en Portsmouth Point, basándose en un grabado de Thomas Rowlandson, y que se ampliará en este de Jacques Callot Les Trois Pantalons.  Scarpin, personaje provocador y sinvergüenza que hallaremos en Arlechino, los personajes pues de la Commedia dell´arte, que descubrimos en el teatro de Molière.

En lo musical, a  través del trabajo revisado en 1950, queda resuelta para un orgánico de tres flautas (flautín doblado); dos oboes, corno inglés, dos clarinetes, un clarinete bajo, dos fagotes, cuatro trompas, tres trompetas, tres trombones, una tuba, arpa y sección de percusión, entre timbales, platillos, glockenspiel, xilofón o castañuelas además de le sección de cuerdas. Pieza de sobrados recurso para que Juanjo Mena nos obsequiase con un vistoso colorido expresivo animando el talante burlón del citado Scarpin.  No muy distante con respecto a esta entretenida pieza, aparece otra de sus curiosas aportaciones, la muy conocida Façade. Scarpino descubre la habilidad  de sus triquiñuelas, a partir de los dos temas de entrada, muy  contrastados, preparando el guiño con un molto vivace  de la trompeta, abocándose a una avalancha  de cuerdas, hasta trasladarse a un elemento clave definido en calidad come una serenata.

Benjamin Britten en el Concierto para violín nº 1, Op. 15, obra compuesta entre 1938/9, año de sus inquietudes tanto artísticas como cívicas, entre las que se interesaba por las preocupaciones  seguidas de cerca por la Guerra Civil  española. El violinista Antonio Brosa, estrenó la obra con la New York P.O. en 1940, bajo la dirección de Sir John Barbirolli, antes de la presentación revisada en 1951, con aportaciones  del violinista Manoug Parikian, y confiada a Bronislav Gimpel, con la Royal Philharmonic, con otro ilustre, Thomas Beecham.

En su planteamiento y entregados a tan personal lectura de James Ehnes, y  para contextualizarla, los tiempos que lo definen: Moderato con moto-Agitato- Tempo Primo, marcado por una serie de golpes  de timbal que algunos pretendieron relacionar con el Concierto para  violín de Beethoven, pasando al fagot y otros instrumentos, en un ostinato como idea directriz de la obra, permitiendo al solista un protagonismo en forma de cantinela  expresiva, sobreponiéndose al conjunto orquesta.  Vivace –animado- Largamente- cadenza, quizás en esencia un scherzo excitante y agresivo, que podrá guardar aspectos en común  con las dinámicas de Sergei Prokofiev- en concreto en su Primer concierto para violín-, y que a mayores, aparecerá en obras de William Walton o Shostakovich. La apabullante cadenza, elevó la obra a su mayor dimensión. 

La Passacaglia: Andante lento (un poco meno mosso), con su serie clave de variaciones en la prevista línea de la forma chacona, heredada de Purcell y J.S. Bach, desde la entrada a cargo del trombón y con detalles del solista, remitiendo a motivos del comienzo, en una cascada de variaciones, que resumía argumentos entremezclados de canto, danza o marcha, cara a un acorde solemne de cierre para que el solista se impusiese  con un personal trino.

Edward Elgar con la Sinfonía nº 1, en La b M. Op. 55, ofrecida en estreno por la Halle O. dirigida por su destinatario  Hans Richter, en diciembre de 1908, obra de sufrida evolución entre intentos fallidos, aunque su recepción resultase entusiasta, divulgándose inmediatamente por distintos países. Una visita a Roma, había resultado de suma importancia a la hora de comenzar a componerla, tras intentos cercanos como  las suites Wand of Youth y ya entonces tenía elaborado el primer movimiento. Las urgencias de otras aventuras de obras programáticas, se verán relegadas con esta nueva actitud creativa, de pretensiones más abstractas. Brahms podría quedar en su órbita y el reconocimiento sobre su obra, se acentuará por la apreciación del especialista Ernest Newman y del compositor Walford Davies. La sinfonía pronto será divulgada por maestros como Walter  Damrosh, Ferninand Löwe, Alexander Siloti o Arthur Nikisch, tras los dos éxitos que supusieron los conciertos de la New York P.O., en el Carnegie Hall. Críticos hubo que supieron emparentarla con Brahms y Wagner, buscando reminiscencias de Parsifal.

Obra curiosa por su tonalidad en La b M., abundante en recursos instrumentales, propios de su quehacer del tratamiento sonoro, como confirmamos en sus grandes obras como las Variaciones Enigma, la celebérrima marcha Pompa y circunstancia o Cokaigne (In London Town). Juanjo Mena en sus dominios desde el podio, para abordar estos cuatro tiempos, partiendo del Andante. Nobilmente e semplice-Allegro, típica marcha de su estilo, como especie de leit-motiv, permanente voluntad del autor que era expresado de manera contundente con motivos en fortissimo, invitando a violas y maderas para relajar la tensión. Los temas secundarios contribuían de manera manifiesta a su trazado. 

El Allegro molto, que toma distancia con la idea de un scherzo, conservaba el criterio de inquietud, en el que podría asomar un asomo de impresión siniestra.  El Adagio, muy significativo y ostentoso, partía de las notas del comienzo, mereciendo ser aceptado como uno de sus grandes logros, evitando inútiles aspavientos de intenciones. El Lento-Allegro final, se expresaba a través de una entrada misteriosa y umbría, para trascenderse en el tumultuoso Allegro innegociable, en el que analistas pretendieron encontrar cierta familiaridad con  Johannes Brahms. Destacó el impulso apabullante en la resolución de este final, para una conclusión decidida, en un climax resuelto con el Nobilmente del comienzo, antes de ese final apoteósico.           

Ramón García Balado

 

James Ehnes. Orquesta Sinfónica de Galicia / Juanjo Mena

Obras de William Walton, B. Britten y E. Elgar

Palacio de la Ópera, A Coruña

104
Anterior Crítica / El réquiem de Lili Boulanger - por Juan Carlos Moreno
Siguiente Crítica / Aida vuelve al Pérez Galdós - por Juan Francisco Román Rodríguez