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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Hipnotismo y narrativa musical - por Verónica García Prior

Málaga - 29/04/2022

Si algo está caracterizando a la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM en adelante), entre sus numerosas bondades musicales, es la interpretación de un programa de altos vuelos que además defienden no sólo con una magnífica interpretación, sino también con una tímbrica espectacular. Y es que los profesores de la OFM se atreven con todo tipo de retos. Esto bien lo pudimos comprobar el pasado jueves 21 y viernes 22 de abril en donde empezaron la primera parte del Programa 11 –perteneciente a la Temporada de abono del Teatro Cervantes de Málaga- con el estreno en España del Concierto para flauta, arpa y orquesta, Op. 48 del compositor neoyorquino Lowell Liebermann. La prestigiosa batuta que dirigía a la OFM fue la de Josep Caballé y los solistas que regalaron maravillosa técnica al público fueron el arpista José Antonio Domené y el flautista Jorge Francés.

Desde el podio, Josep Caballé, dirigió, con una batuta plena de matices de intensidad contrastantes pero a la vez muy naturales, un programa de lo más variado y cuyo periplo musical arrancó asombrosamente con este Concierto para flauta, arpa y orquesta. Ante un público absorto tanto por la belleza de la composición de la obra, como por una interpretación magistral por parte de los solistas del arpa y flauta, viajamos a través de los pentagramas del neoyorquino a un mundo hipnótico, en donde esta pieza de un único movimiento nos adentra en una espiral de doble dirección. El lector de estas líneas bien podría pensar que se tratara de algo sin rumbo o mareante, pero nada más lejos de la realidad. Lo que asombra de esta composición es lo realmente accesibles y atractivos que resultan sus compases y en donde la verdadera dificultad radica en su lenguaje composicional, único.

Liebermann destaca en esta obra por mostrar una gran complejidad técnica a la hora de que la orquesta y solistas se enfrenten a ella, pero en esa dificultad de crear atmósferas misteriosas, hipnóticas, reside su belleza. La magnífica interpretación de la OFM, los solistas y la batuta de J. Caballé demostraron que no por complejo no pueda ser accesible y atractivo para el oído de un público impresionado.

El tema inicial se va alternando en bloques contrastantes, en donde además se van presentando las secciones de la OFM perfectamente empastadas en una tímbrica única, delicada y potente, reforzada por un buen número de profesores en viento-metal, así como la incorporación de una  cuidada sonoridad percusiva (timbales, vibráfono,…). La alternancia de los bloques fue tomando forma hasta llegar a fusionarse, destacando la sonoridad y el virtuosismo de los solistas citados anteriormente. Una fusión que bebía a su vez, de momentos de enorme tensión, donde el público podía contener la respiración de la emoción, hasta llegar a la mar en calma, la serenidad necesaria después de una tensión perfectamente desarrollada.

La citada espiral sonora permitió a los escuchantes sentir un vértigo emocional (asimilable al “Vértigo” hitchckoniano que inspirara a Bernard Herrmann) que traspasó no sólo fronteras geográficas –como podemos ver el viaje de los compases neoyorkinos de Liebermann a la interpretación española sin precedentes- sino también los estilos o tendencias. Liebermann está considerado por muchos como un compositor ecléctico y postmoderno, incluso se ha llegado a definir como un compositor “innovador tradicionalista” y no les faltan razones para opinar así. La constante búsqueda de nuevos caminos sonoros  que marcaron el siglo XX y que empezaron a alejar a algunos melómanos de la escucha, innovaron, sí, pero a qué precio… Se avanzó mucho en innovación y esto justificó muchos aspectos musicales, pero no podemos dejar de lado que la música debe ser, sobre todo, escucha entregada, apasionada, transmisión de un lenguaje sonoro que permita emocionar al público y hacerlo disfrutar. Liebermann lo consigue. Es un estudioso de la historia musical, de la tradición y sólo así se pueden buscar nuevos caminos innovadores que miren de reojo al pasado pero busquen la novedad más bella. La sonoridad hipnótica de la OFM dirigida por una batuta llena de natural y apasionada gestualidad y el perfectísimo trabajo de José Antonio Domené (arpa) y Jorge Francés (flauta) enloquecieron al público.

Antes de empezar, el arpista José Antonio Domené –uno de los arpistas más importantes del panorama musical a nivel nacional- reflexionó sintiéndose agradecido por poder hacer música en estos tiempos difíciles que estamos experimentando. Y no es para menos, que nuestro arpista se sienta agradecido pues no todos los días, un solista de la OFM interpreta con su propia Orquesta una obra del calibre de Liebermann como hemos podido comprobar, sino que además tenga el honor de ser estrenada en España y en concreto en Málaga. Eso no es cualquier cosa. Así, el arpista, ante los tiempos convulsos que estamos viviendo, quiso dedicar la interpretación de esta obra francesa a todas las víctimas de la guerra ruso-ucraniana.

Un público hipnotizado por la belleza de la obra y su interpretación llevó a los dos solistas a regalar un bis con la obra Fantasía para flauta y arpa de C. Saint-Saëns.

La interpretación de esta Fantasía mostró idealmente el mundo de lo ensoñado y en ella predominó en todo momento no sólo una gran complicidad sonora entre los dos solistas, sino también un gran virtuosismo en el amplio sentido del término. Normalmente nos referimos al virtuosismo cuando se produce una interpretación no sólo correctísima, sino de velocidad increíble. Pues bien, en el caso que nos ocupa se añadió expresividad y sesgo francés: la confirmación de dos solistas que sobresalen entre los de su generación.

Largos aplausos y calurosas ovaciones cerraron esta primera parte del Programa.

En la segunda parte del Concierto sonaron dos atractivos poemas sinfónicos de Richard Strauss:  Muerte y transfiguración, Op. 24 (1889) y Till Eulenspiegel lustige Streiche, op. 28, Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel (1895).

No olvidemos que este compositor romántico se adhirió al poema sinfónico –muy propios del estilo y de las ideas del romanticismo musical y del romanticismo en general- y esto le abrió la posibilidad de poder contar historias, cuentos o leyendas a través de la música. Asimismo, fue una época en la que empezaron a florecer nuevos géneros literarios, nuevos ideales -gestados ya anteriormente en la historia- germinaron, florecieron y se expandieron durante el siglo XIX y eso mismo y de manera indisoluble sacudió al mundo de la música. Nuevas formas de pensar, reflexionar, y de contar, describir, encontraron en los poemas sinfónicos su mejor vía para que el oyente viajara a nuevos lugares, exóticos mundos o entrara en una catarsis de sentimientos. Richard Strauss supo entender el alcance de ello y compuso estos dos bellos poemas sinfónicos.

Es curioso resaltar como ambas partes de este programa poseen, en cierto modo, un hilo conductor. Si en la primera parte el público caía en un “vertiginoso” estado de hipnóticas emociones, ahora le toca el turno a la reflexión filosófico-musical, pues con el poema sinfónico de Muerte y Transfiguración el compositor nos invita a realizar el viaje de un artista en sus últimos momentos de vida y su paso al más allá (tema espiritual recurrente de la época). El propio compositor explicaba que un artista había luchado por los más altos ideales y cómo en su lecho de muerte empieza a reflexionar sobre su vida pasada, salpicada de recuerdos de vivencias en todas sus etapas y cómo aparece dolorosamente la frustración de no haber podido depurar su arte hasta una perfección gloriosa y transterrenal.  

Esta obra –dedicada a F. Rösch- consta de cuatro partes que se desarrollan sin interrupción: Largo (El enfermo próximo a la muerte), Allegro molto agitato (El agonizante ante la vida y la muerte), Meno mosso (El moribundo ve pasar su vida ante él) y Moderato (La transfiguración anhelada).

Este poema sinfónico de corte filosófico “visualiza” auditivamente eventos incidentales como el ritmo cardíaco del moribundo mediante el ritmo de los timbales, o la respiración entrecortada, pausada o agitada (en función de las vivencias rememoradas por el moribundo) mediante el tutti orquestal por ejemplo, cuando los timbales suenan marcando tímidamente el ritmo cardiaco del moribundo o como el tutti orquestal desvela la respiración entrecortada, pausada o agitada según se encuentre el moribundo recordando vivencias o resaltando los últimos momentos de vida; las dos arpas reflejan también atisbos de momentos alegres, mientras que la sección de viento-madera mantienen ese hilo de luz o de vida, seguido de momentos donde la concertino es la voz del moribundo que recuerda esos momentos nostálgicos de su niñez. Los profundos y roncos trémolos de los arcos de los contrabajos resaltan la respiración agitada del personaje; los metales, con su fuerza sonora característica, representan los momentos trágicos o de agonía, los últimos atisbos de fuerza que se ven resaltados por marcadas notas de los contrabajos. El tutti orquestal, en un continuo y paulatino in crescendo, describe -de manera trágica y violenta- esos últimos minutos de vida y con sonoros fortísimos se llega a ese momento duro y de sobresalto del moribundo. La tímbrica de la orquesta se torna aquí impactante, con los poderosos timbales consiguiendo un empaste sonoro inédito, sobrecogedor en fuerza y expresividad y que milagrosamente contrasta a la perfección con compases más dulces y delicados de la obra llevados a cabo por la sección de viento-madera y en donde la concertino se suma para hacer llorar de nostalgia al violín. La respuesta sonora de la orquesta en estos momentos es siempre uniforme armónicamente.

Y, por fin, el fallecimiento del moribundo coincide con una nota final mantenida hasta que al sonido de la orquesta “se le apaga la vida”. El Director y Orquesta permanecen inmóviles, prácticamente sin respirar, para representar esos últimos segundos; esa falta de pulso rítmico confirma el fallecimiento del moribundo. Impactante y sobrecogedor son los calificativos que mejor representarían a este espectacular poema sinfónico.

Hemos de destacar que la OFM no suele interpretar, como habituales en su programación, obras de R. Strauss. Es por ello que el abordaje de estas composiciones haya supuesto un atractivo reto, un desafío técnico cumplido merced al logro de un asombroso color y empaste orquestal conseguido por los músicos dirigidos por J. Caballé.

El público, aún sin saber cómo reaccionar ante tal magistral interpretación respondió conmocionado con largos aplausos y ovaciones llenas de profunda y sobrecogida emoción.

Pero como la vida sigue y está llena de contrastes, ante tal catarsis mortal, llega el turno de resaltar la alegría de vivir y es por ello que le toca el turno del descriptivo y travieso poema sinfónico de Till Eulenspiegel lustige streiche, op. 28 (Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel).

El final de este programa nos sitúa con este poema ante una obra de gran envergadura y complejidad. Y nuevamente, la OFM dirigida por el maestro J. Caballé consiguen retos como los de destacar con naturalidad una clara línea melódica mientras se disfruta de colores orquestales llenos de pianísimos muy marcados, claros y bellísimos en su interpretación.

La obra narra musicalmente las aventuras y travesuras de una especie de pícaro alemán, en donde sus travesuras son capaces de sonrojar a la sociedad exponiendo la hipocresía de algunas clases sociales de una época concreta. En sus compases se adivinan influencias de Haynd cuando observamos esa pizca de humor musical o también la estructura de la obra que bien puede recordar la forma rondó. Sin embargo, Strauss remoza la forma componiéndola no en su sentido clásico, sino recurriendo en los dos temas de los personajes a una suerte de disfraces musicales muy bien caracterizados por una increíble instrumentación que juega –nunca mejor dicho- muy bien su papel. En el uso excepcional de la orquestación también podemos observar influencias tanto de Liszt como de Berlioz. De hecho no podemos olvidar que el propio R. Strauss –discípulo a su vez de Hans von Bülow- realizó una revisión del Tratado de instrumentación de Berlioz.

Desde los primeros compases se respira, en este poema sinfónico, ese aire juguetón, travieso y burlesco del personaje. La concertino juega hábilmente con la melodía, siguiéndole el uso de sordina en los metales para generar ese aire burlón y juguetón, los glisandos y juegos tímbricos, como por ejemplo el uso de la carraca –que fuera del uso musical también es un juguete infantil- así como también el juego rítmico gracias a notas sincopadas cuasi “jazzísticas”. Los ritmos trepidantes de este poema sinfónico junto con la potencia sonora de los metales o el redoble de la caja asombran y contrastan con el solo de viento-madera que definen al personaje burlón.

Se clausuró el programa con largos y enérgicos aplausos del numeroso público que llenaba el Teatro Cervantes. Y es que no es para menos, un Programa muy bien hilvanado en temática, grandes contrastes y numerosos retos en los que la OFM, solistas y Director dieron lo mejor de sí mismos. Bravo y enhorabuena.

Verónica García Prior 

 

Orquesta Filarmónica de Málaga / Josep Caballé

Arpa: José Antonio Domené

Flauta: Jorge Francés

Obras de L. Liebermann y R. Strauss.

Teatro Cervantes, Málaga.

 

Foto © Verónica García Prior

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