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Crítica / Harding, gran catalizador de la Novena de Mahler - por José Antonio Cantón

Alicante - 09/11/2022

Todavía mantengo en mi memoria la impresión que me produjo la primera oportunidad que tuve de escuchar a la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam la noche del veintiuno de junio de 1984 en el Palacio de Carlos V de la Alhambra bajo la dirección de su titular por entonces, el insigne maestro Bernard Haitink, haciendo sonar los primeros compases de la Sinfonía “Pastoral” de Beethoven, en un concierto de la trigésimo tercera edición del Festival Internacional de Granada. El impacto que me causó fue del mismo grado que el que once años antes me produjeron los filarmónicos berlineses con Herbert von Karajan al frente, también dentro de la programación del festival granadino.

Casi cuatro décadas después me he vuelto a encontrar con esta formación en un concierto programado dentro del ciclo sinfónico del ADDA, comandada por uno de los directores británicos más elocuentes del actual panorama internacional, Daniel Harding,  segunda cita de una gira de cinco conciertos iniciada en la ciudad neerlandesa de Heerlen y que terminará el nueve de noviembre en Abu Dhabi (ver crítica del mismo concierto en Madrid en este enlace).

En esta ocasión se presentaba en Alicante con una obra contemporánea, Mais le corps taché dombres del joven compositor holandés Rick van Veldhuizen escrita en 2019, encargo de la orquesta y la Mahler Foundation. En su corta extensión se aprecia una condensación de ideas que tienen su campo de expresión fundamentalmente en una repetición de patrones  reflejados en diferentes escalas que le dan un aire de contrastada “fractalidad” durante los poco más de diez minutos de su duración, dando la impresión de una constante disgregación sonora que tiende a una especie de convergencia de timbres y frecuencias al final de la obra, antes de una reafirmada descomposición final. Su tratamiento musical es exquisito en la forma y gratamente perturbador en su escucha, seguramente motivado por las sombras que se apuntan en el título y que no terminan de esclarecerse.

Harding se percibía esforzado en su lectura, lo cual no fue óbice para la magistral sensación que emanaba del instrumento orquestal que, en cada una de sus sub-secciones de la cuerda, leía el mensaje del autor reflejando una espontánea identificación técnica con su lenguaje, cualidad que sólo se encuentra en un altísimo nivel artístico y profesional como el que tienen los músicos de esta mítica formación con cerca de ciento treinta y cinco años de historia.

La expectación era máxima ante la anunciada interpretación de la Novena Sinfonía en Re de Gustav Mahler, músico muy vinculado a la Concertgebouorquest en los años en los que tuvo como titular al maestro holandés Willem Mengelberg, amigo del compositor y gran traductor de su música, hasta el punto que las anotaciones en los materiales (partituras) de entonces fueron compartidos por ambos, convirtiéndose así los archivos de esta orquesta en el segundo referente, después de la Filarmónica de Viena, para el estudio de las fuentes sinfónico-mahlerianas. Estábamos los privilegiados asistentes ante más de ciento diez años de tradición destilada y enriquecida por los avances técnicos logrados en sonido orquestal y la experiencia aportada por grandes especialistas de este compositor como Mengelber y Walter, a principios del siglo XX, y más próximos en el tiempo, Horenstein, Bernstein, Klemperer, el mencionado Haitink y Abbado.

Conectando sobradamente con las inmensas posibilidades del instrumento, Harding inició la actuación intentando aproximarse al esquema libre de sonata con variaciones en el que se sustenta el primer movimiento, después de remarcar el carácter fúnebre de su introducción. Fue modulando la dinámica del discurso hasta llegar a ese pasaje en el que autor indica “con la máxima fuerza” a cargo del metal, momento en el que Mahler grita rebelándose contra la muerte inexorable, que termina venciendo, sin caer en momento alguno en la fácil complacencia de la desesperanza. Estos reflejos programáticos fueron muy cuidados por el director, así hay que entender su forma de abordar la coda final dejando en suspenso toda noción del tiempo. Contando con una magistral participación de la flauta, finalizó el primer movimiento con un enternecido recuerdo en lontananza del tema principal, en un clima de recogimiento en el que vencía finalmente un sentimiento de resignación.

La alegría de vivir invadía su forma de transmitir el pausado ländler que inicia el segundo, en el que se aprecian los distintos estados de ánimo del compositor que requieren de la dirección un claro contraste de sus danzantes tres temas y la reafirmación de la coda como elemento desencadenante de la presencia constante y hasta inminente de la muerte en el ánimo del autor. La orquesta entraba así en un estado de incomparable perfección expresiva, sometiéndose a las indicaciones del director a la vez que dejaba la sensación de que podía llegar a un más alto grado de emocionalidad.

Haciendo un alarde de mayor intensificación expresiva, Harding condujo el burlesco rondó que ocupa la tercera parte de la sinfonía. El enorme virtuosismo orquestal se puso a su servicio para producir ese acento expresionista de su tema principal, que recordaba efectos del método “schoenbergiano”, la precisión de los fugati subsiguientes y el carácter ensoñador que imprimió a partir del golpe de platillo, que parece partir este tiempo en dos, con los muy relevantes solos del concertino y el primer flauta que precedieron al extraordinario forte de su coda, uno de los momentos en los que se pudieron apreciar la excelencias de esta orquesta, una de las mejores de Europa que la sitúan puntera entre las diez mejores del mundo.

Daniel Harding, en su creciente ejercicio de catálisis conforme desarrollaba el discurso de la sinfonía, llegó a la sublimación en el Adagio final. Su complejidad temática no suponía ningún esfuerzo para la orquesta, que recibía sus indicaciones con absoluta identificación estética. Así, la cuerda proyectó el carácter burlesco del primer motivo con enorme efusividad, el conjunto manifestó su camerístico virtuosismo en el segundo y los registros bajos preanunciaron con sugestiva acentuación la prolongada extinción de este tiempo. Pese a la monumentalidad sonora de la prodigiosa sección de metal, liderada por las trompas en su misión de ofrecer una última reafirmación vital, el maestro diluyó la coda en un acusado pianissimo que daba la sensación de un resignado canto a la muerte.

Los vítores de muchos músicos presentes en la sala estallaron junto a los del público en una ovación unánime pocas veces vivida en el ADDA. Sin duda este concierto quedará en la historia del auditorio alicantino como un momento top de su programación que, gracias a su dirección artística, es considerado cada vez más como una de las principales salas de conciertos de España por la calidad y diversidad de sus contenidos.

José Antonio Cantón

 

Royal Concertgebouw Orchestra

Director: Daniel Harding

Obras de Gustav Mahler y Rick van Veldhuizen

Sala sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA). 

 

Foto © ADDA

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