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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Franceses, fineses y españoles - por Carlos Tarín

Sevilla - 01/11/2021

Las distintas programaciones musicales que presentadas en Sevilla han evitado el mes de septiembre, por la posible resaca derivada del relax veraniego, y que les obligara a cancelar o retrasar los conciertos previstos.

Por fortuna no ha sido así, y la ROSS abría su temporada nuevamente con la presencia de Michel Plasson, nombrado Director Honorario de la formación hispalense, con un programa que nos traía dos obras trascendentales del repertorio francés y de la música en general: la Sinfonía fantástica de Berlioz y el Bolero de Ravel, dos composiciones que hacía años que no se oían en  la orquesta. Y otra vez Plasson, a sus 88 años, dirigía de memoria, y además ampliando su participación con la orquesta, al tener previsto dirigir nada menos que dos óperas: el Pelléas et Mélisande de Debussy y el Diálogo de carmelitas de Poulenc (esta en versión concierto) para clausurar la temporada.

Pasitos cortos, todavía sube bien el podio, banqueta de ensayo preparada, por si acaso, pero brazo enérgico, claro, sabio, porque conserva los pentagramas en su cabeza, y es capaz de organizar los sonidos con equilibrio y una jerarquía lógica. Tanto Berlioz como Ravel son dos exámenes para una orquesta… y un director.

Si en ambos dominan las texturas orquestales, en una obra (Berlioz) se debe atender además a la forma de sonata cíclica, habiendo de mantener el hilo de la idée fixe durante los cinco movimientos, así como caracterizar su desarrollo y armonizar con el resto de instrumentos y melodías, para que cada una encuentre su sitio e importancia; en la segunda (Ravel), hay que atender a las extensas variaciones tímbricas, debiendo cruzarse las dos coordenadas básicas de la obra: la presentación de los distintos instrumentos para cada repetición, así como sus reapariciones -solos o en compañía de otros- y, a la vez, dosificar con criterio el enorme crescendo instrumental (en torno a los 15 minutos) que culmina en el estentóreo final que conocemos.

Indudablemente, todo esto lo tenía más que claro el director parisino, a quien no se le pasaban las entradas, ni dudaba en mantener la jerarquización de los distintos planos sonoros en cada momento, ni perder de vista la direccionalidad de ambas obras, una sobre la evolución del tema de la amante y en el otro la dosificación de las dinámicas. Era cuestión de sabiduría.

 

Óliver Díaz

La segunda cita coincidía con la presencia, que este año será reiterada en el Maestranza, del director ovetense Óliver Díaz, quien nos había encantado en su trabajo orquestal sobre La tabernera del puerto, y de ahí que ahora nos pareciese su dirección en este segundo programa de abono poco pulida, como simplemente leída.

El plato fuerte del programa lo constituía Finlandia, pero lo abría una obra española, ganadora del VIII Edición Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA, titulada Tres pinturas velazqueñas (La venus del espejo, Cristo crucificado, El triunfo de Baco), del compositor zaragozano Jesús Torres, en el que destaca sobre todo el conocimiento del conjunto orquestal, con un lenguaje moderno, pero certeramente organizado para no perder su relación con cada uno de los lienzos a que hace referencia.

Ya en la parte finlandesa tuvimos como protagonista al destacado y joven clarinetista sevillano Pablo Barragán (Marchena, 1987), que afrontaba una obra de gran dificultad técnica, el Concierto para clarinete de Magnus Lindberg, y también una prueba de resistencia física: de los cinco movimientos ininterrumpidos que componen la obra, los dos últimos y especialmente el prolongado final, jaleado por una nutrida orquesta, de abundantes metales, toca fortísimo, ante lo que el clarinetista no tiene casi más opciones que echarle pulmones, y la partitura elevar la tesitura del instrumento a la zona más aguda, para que el tutti no lo devore.

No oculta influjos del impresionismo, ni del jazz, pero procura desdibujarlos con acordes de una densidad asfixiante -imaginamos que se trata de una suerte de óvolo a la modernidad-, que exige una constante clarificación en la orquesta para no convertirlo en un totum revolutum. En la cuarta sección hay una cadencia (Lindberg mantiene la nomenclatura clásica sólo en los conciertos y en un Quinteto para clarinete), donde Barragán pudo sacarle todo el partido posible a su precioso, moderno y, sobre todo, potente instrumento. Díaz procuró coordinar, pero nos pareció que, no siendo nada fácil, no pudo ir mucho más allá.

Del también finés Jean Sibelius nos llegaba su sinfonía más conocida, una obra que huía de las largas melodías románticas, prefiriendo el conjunto de pequeños motivos, los principales también de carácter cíclico, pero que a cambio no eran emborronados por otras melodías paralelas sino, en todo caso, por diferentes contracantos, ostinati, que complementaban y enriquecían la textura más que enturbiarla. Pues no sentimos que aquí tampoco Díaz hilase fino, si bien conseguía que los distintos elementos motrices -como la célula de tres notas que recorre la sinfonía- mantuviese una intencionalidad y, por tanto, coherencia.

Carlos Tarín

 

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Michel Plasson.

Obras de Berlioz y Ravel.

 

Pablo Barragán, clarinete.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Óliver Díaz.

Obras de Torres, Lindberg (Magnus) y Sibelius.

 

Teatro de la Maestranza, Sevilla.

 

Foto: Pablo Barragán, clarinete, con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Óliver Díaz / © Guillermo Mendo

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