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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / El exilio no es heroico, pero sí lo es su recuerdo - por Justino Losada

Madrid - 15/04/2025

Resulta siempre de agradecer la visita de la OBC (Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya) en los habituales intercambios que el INAEM prepara con la Orquesta Nacional de España, tal y como ha ocurrido durante el pasado fin de semana. Así, mientras la OBC desgranaba un variado programa con obras de Ravel, Gerhard, Parra y Mussorgski en el Auditorio Nacional, la ONE comparecía en l’Auditori de la ciudad condal con la Sexta sinfonía de Gustav Mahler, de la que dimos cuenta en estas páginas hace unos días.

Sorprende igualmente constatar el excelente nivel de la formación catalana, a la que no escuchábamos por aquí desde 2022 cuando vino con Juanjo Mena, y que, teniendo en cuenta que las orquestas se hacen a las acústicas de sus auditorios, la engordante huella acústica del Auditorio Nacional ha servido solo para potenciar las bondades de una OBC a la que se le ha notado la mano de su actual titular, Ludovic Morlot, en tanto que el timbre general, luminoso y algo aterralado gracias a una cuerda carnosa, ha ayudado a aquilatar secciones, a desarrollar un amplísimo y nada chillón contraste dinámico y a lograr un fantástico equilibrio de proyección sonora de buen empaque, aspectos que se manifestaron desde el inicio con la obra que abrió el concierto: la Alborada del gracioso de Ravel.

Compuesta en 1905 dentro del grupo de Miroirs, originalmente escritas para piano, en 1918 la orquestó para ser coreografiada por Massine en los ballets rusos de Diaguilev exacerbándose el carácter luminoso y sensual de la pieza en consonancia con la fascinación del compositor francés por España. Desde la imitación del rasgueo de la guitarra en los pizzicatti iniciales, los aires de danza de seguidilla y el colorista empleo de la percusión, la Alborada del gracioso es también un homenaje a la España de Chabrier y a la figura del pícaro que, desde la tradición trovadora, se encuentra en la literatura española. Perfectos conocedores del repertorio raveliano que, además, están llevándolo al disco, la OBC con Morlot a su frente ofrecieron una visión restallante de color y socarronería conjugada con un orden técnico de primera magnitud, resaltándose unas expresivas maderas, unos bien ponderados metales con excelentes frullati y una cuerda de excelente empaste.

Robert Gerhard comenzó su Concierto para violín en 1940 y, por diversas vicisitudes en buena parte ligadas a su exilio, no lo vio concluido hasta 1949 estrenándose al año siguiente por el violinista catalán Antoni Brosa bajo la dirección de Hermann Scherchern en el Festival del Maggio Musicale de Florencia. Influenciado formalmente por el Concierto para violín de Berg y, en lo que respecta a la fusión de tiempos con transiciones dinámicas, con la Quinta sinfonía de Sibelius, el Concierto de Gerhard es el cierre de una época a la que mira atrás con nostalgia desde un nada heroico exilio que, pensado transitorio, se convirtió en permanente.

Solo así se explica el marchamo autobiográfico de la obra y las continuas referencias al pasado: a su Concertino para cuerdas de 1928, del que extrae el tema del primer movimiento, a la bartokiana Música para cuerda, percusión y celesta que cita también, el empleo de series, de las que una será de 12 notas en el ensoñador tiempo central, dedicado a su maestro Arnold Schoenberg por su 70 cumpleaños y las múltiples referencias a las sardanas, al violín de Sarasate, a ritmos españoles o, incluso, La Marsellesa, como símbolo de libertad.  Una panoplia de episodios hilados con ingeniosas transiciones como apuntara su discípulo Joaquim Homs en las que vive una robusta y abiertamente sentimental unidad discursiva y que representará uno de los hitos de su carrera, un non plus ultra como indicara Norman del Mar. Obra de una carga emotiva tan considerable como la capacidad técnica que demanda, la solista de la velada, la germana Carolin Widmann se mantuvo a la altura con cierto virtuosismo artesanal cuidando la afinación y aportando, con noble caudal sonoro, un bonito fraseo de largo lirismo. Acompañada por una muy solvente y atenta OBC, Ludovic Morlot, en sintonía con Widmann llevó el concierto por todos sus estados anímicos resolviendo las transiciones con elegancia y, especialmente, emoción, como en la parte central del Largo o en la algarabía del concluyente Allegro con brio.

Lejos del neoexpresionismo latente de Ich ersehne die Alpen, obra que escuchamos a la ONE el pasado 2023 en el seno del ciclo de conciertos del Focus Festival y de una de sus mayores obras, Avant la fin... vers où? que estrenara la misma orquesta con su titular David Afkham en 2017, las Deux Constellations, del barcelonés Hèctor Parra parecen regresar al condensado, abigarrado y telúrico lenguaje de creaciones anteriores como Karst-Chroma II o InFall-Chroma III fechadas diez años antes. Extraídas y orquestadas a partir de una obra para cuatro manos y actor en torno a las imágenes de las 23 Constelaciones de Joan Miró, esta -en palabras del compositor- paráfrasis orquestal, evoca colores y texturas, bien logradas aquí por la OBC y Morlot, así como volúmenes sonoros en explosivos cataclismos,  catártica respuesta al exilio mironiano, que la formación catalana y el director francés trazaron con agilidad, notable contundencia y buen desempeño.

Este mismo buen criterio -incluyendo la temática pictórica- sembró la última interpretación del concierto del viernes, la de los Cuadros de una exposición de Mussorgsky, música concluida en 1874 que, pese a editarse, no vio su primera interpretación hasta 1931 como un conjunto de piezas para piano que aludían a los diseños, modelos y dibujos del pintor Victor Hartmann, colega allegado del compositor, que había fallecido el año anterior. Conectadas por un número recurrente, Promenade, cada cuadro tiene su reflejo en cada número de la obra. Obra canónica del repertorio pianístico, Cuadros de una exposición lo es también del repertorio sinfónico por la vistosa orquestación que, por encargo de Serge Koussevitzky, realizó Ravel en 1922, favoreciendo los valores de la escritura pianística original y aportando relieve, color y riqueza tímbrica.

Con un conjunto bien empastado, sobre todo en la cuerda, Morlot emprendió una lectura que verificaba la actual excelencia del conjunto barcelonés, que brilló especialmente en el creciente y pesante Bydlo, el oscuro o en el áspero Samuel Goldenberg y Schmuyle con una enorme Mireia Farrès a la trompeta solista, quien también dio buena cuenta de los diferentes Promenade. Fantásticas estuvieron las trompas en el El mercado de Limoges y, todas las familias instrumentales en conjunto, en el vertiginoso recuerdo de Baba yaga y en la grandiosa La Gran Puerta de Kiev.

Si lo presentado fuera poco para estimar la gran calidad del dúo OBC/Morlot, se añadió además, a modo de propina, y muy bien enlazada con el resto del programa otro promenade como anunciase el director lionés, el Walking the Dog de Gershwin para la banda sonora de Shall We Dance en arreglo de Ingo Luis. Buen broche para un concierto inolvidable sobre el que solo cabe animar a continuar por esta senda de excelencia a la OBC y, de una forma u otra, como me consta están haciendo, colaborar a saldar la todavía gran deuda que, como sociedad, tenemos con la música de Robert Gerhard, compositor cuyas creaciones deberían ser repertorio habitual de nuestras orquestas.

Justino Losada

 

Carolin Widmann, violín

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Ludovic Morlot

Obras de Ravel, Gerhard, Parra y Mussorgsky/Ravel

Ciclo Sinfónico -  Orquesta y Coro Nacionales de España.

Temporada 2024/2025

Auditorio Nacional, Madrid

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