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Crítica - Brahms y Mozart: Serenatas para la tarde

Santiago de Compostela / Ferrol - 23/12/2019

Un Brahms genuinamente característico que sabrá transmitirse la bonhomía de un joven apacible. Logra en esta obra un excelente equilibrio, resuelto en seis movimientos- al puro estilo de la llamada sonata clásica-, mientras entretenía su tiempo en trabajos alimenticios como pianista y director de coro, en calidad de maestro de capilla de la corte de Lippe-Detmold. Período relajado y sereno, al tiempo que coqueteaba con la cantante Aghate von Siebold. La orquesta, efectivamente, le atraía de manera irresistible, pero este encuentro con la forma de la serenata, vendría que  ni pintada. La vida cortesana, gozaba de una reconocible y permanente ensoñación. La estancia en Göttingen, añadirá Rostand, a  pesar de que la sombra del drama de su muy apreciado Robert Schumann, estuviera siempre presente, ayudó a suavizar las permanentes inquietudes. Entre el grupo de amigos reunidos, se respiraba una dulce armonía. Allí estaba su amigo Barcheer, con la que ya había convivido anteriormente. Mila, dejará escrito que las dos serenatas Op. 11  y op. 16, son a modo de reflejo de la dulce vida en ese lugar.

La Op. 11, en Re M. fue estrenada el 28 de marzo de 1859, durante una de las sesiones típicas de la sala Wörmer, de Hamburgo y en la que participó Joachim como director-violinista y el autor al piano. La obra había sido pensada como octeto para cuerdas y viento, en un posible homenaje al entretenimiento de corte. Vendrán arrepentimientos y dudas, además de los consejos de los amigos de mayor confianza, para que el apacible Johannes, se decida por la serenata en la forma que conocemos. No cabe duda que en esta obra, el compositor supo reanimar y actualizar el género. En su caso, las aproximaciones a los Ländler, con detalles tan sugerentes como el solo de trompeta en el Allegro molto o el punto de solemnidad del Adagio non troppo auspiciado por el diálogo de pareja vientos con la orquesta. Será la trompeta quien imponga sus pareceres en el segundo Scherzo. En resumen, una Serenata que habría de pasar por destilados en su escritura, incluyendo la posibilidad de transformarse en sinfonía.

Mozart con la Serenata nº 9, en Do M. KV. 320 (Posthorn), obra señera en el ámbito camerístico. Pergeñada en Salzburgo, en el verano de 1779, de un joven en plenitud de su ingenio por la cantidad de obras que se traía entre manos, como un par  de sinfonías y otras aventuras concertantes, no se olvidará de estas curiosidades con la vista puesta en la vida de la pequeña corte, en un obligado compromiso que surgirá para un festejo casual.  Siempre habrá apreciaciones que no duden en calificar a la Serenata nº 9, en Re M (Posthorn) en un par de líneas como hace Larsen: Es como si detrás de esta obra pudiéramos percibir la concepción del mundo de Mozart, que no es siempre tan festiva y brillante, sino que, a veces es capaz, también en las serenatas, de mostrar un aspecto muy serio.

El espíritu y el talante de la inevitable escuela de Mannheim, impregna la obra en todos sus tiempos, concediendo pasajes solísticos a los miembros de la orquesta. Contrastes dinámicos que asoman desde el Allegro molto, otorgan a flauta, oboe  y fagot la pujanza en el Concertante: Andante grazioso, pero la clave a descifrar se despliega en el segundo Menuetto: por el uso de aquel instrumento declinante, el posthorn, por sus cualidades como reclamo entre el común del vecindario aunque en interpretaciones actualizadas, recibe un tratamiento sin necesidad de atenerse al espíritu del catón. En virtud del planteamiento resolutivo, la lectura en su discurso con el Finale: Presto, como elemento de confirmación de la obra.

Ramón García Balado

Real Filharmonía de Galicia / Jaime Martín.
Obras de W.A. Mozart y J. Brahms.
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela.
Auditorio de Ferrol.

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