Música clásica desde 1929

OPINIÓN #LasMusas / ‘Rebecca Clarke: Entre el hechizo y el silencio’ (por Irene de Juan Bernabéu)

14/06/2020

Continuamos con la publicación de las distintas secciones de la revista RITMO disponibles hasta ahora solo en papel, continuando con “Las Musas”, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de enero de 2019 por Irene de Juan Bernabéu.

 

REBECCA CLARKE

Entre el hechizo y el silencio

Hay personalidades de irrefutable potencial creativo que, sin embargo, parecen necesitar el permiso del mundo para afianzar en él sus creaciones. El caso de Rebecca Clarke es uno de estos.

Compositora, intérprete y musicóloga, fue la primera mujer que estudió composición en el Royal College of Music de Londres, en la clase de Standford (maestro de una importante generación de compositores británicos, como Vaughan Williams o Gustav Holst), tomando parte activa dentro del denominado “renacimiento musical británico” y siendo conocida y respetada por contemporáneos como Ravel, Schönberg, Pau Casals o Arthur Rubinstein. “La gloriosa Rebecca Clarke”, la denominaría éste último.

Sin embargo, tal y como ella definió en sus memorias, hubo un tiempo en el que pareció “como si nunca hubiera escrito nada”. Sus silencios creativos, unidos a una personalidad de enorme humildad y a un sistema social que dificultaba la consolidación profesional de una mujer compositora, harían de Rebecca Clarke una olvidada dentro del panorama musical del siglo XX, hasta el punto de ser eliminada de la edición de 1980 del New Grove Dictionary of Music, pese a haber estado presente en previas versiones del prestigioso diccionario. Hay muchos factores que intervinieron en este injusto silencio.

Nacida en Harrow, Londres, en 1886, hija de una familia burguesa aficionada a la música, no tuvo problema para hacerse valer como intérprete: primero al violín y después a la viola, de la que llegaría a ser una de las mejores intérpretes de su época y con la que se ganaría al público inglés y al americano, tocando como solista, además de como integrante del Norah Clench Quartet, y de dos formaciones fundadas por ella: The English Ensemble y The Sisters d’Aranyi. Además, fue una de las primeras mujeres admitidas como miembro de una orquesta profesional, cuando en 1925 Sir Henry Wood la seleccionara para la Queen’s Hall Orchestra.

Rebecca Clarke vivió la época de la primera oleada feminista en Inglaterra. Sin ser una activista del movimiento, llevó a cabo con su propia existencia una auténtica lucha por sus derechos como mujer: fue expulsada de su casa por un padre autoritario al conocer que mantenía relaciones con un hombre casado y se ganó la vida como mujer soltera independiente, tocando la viola y componiendo. Se casó por amor en plena madurez, a los cincuenta y ocho años, con el pianista y co-fundador de la Juilliard School of Music, James Friskin.

Parece que en el caso de Clarke, su identidad como mujer entrara con frecuencia en conflicto con su identidad como compositora. Son numerosos los momentos en los que en su carrera la artista parece replegarse al mundo en el que vive, con rígidos estereotipos de género, dando lugar a un alejamiento de la composición. Su silencio definitivo llegará a raíz de su matrimonio en 1944. Confesará que su nueva forma de vida se hizo incompatible con la composición, para la que necesitaba toda su energía y entrega. Desde entonces hasta el final de su vida (1979), pasarían treinta y cinco años de silencio creativo, en los que se dedicó a enseñar, a investigar, a realizar arreglos de sus propias composiciones… Pero ya nunca más a componer.

Analizando su catálogo, que asciende al centenar de obras, podemos percibir esa dualidad entre lo convencionalmente aceptado para ser mujer compositora, (música vocal, piezas instrumentales breves con títulos poéticos…) y algunas obras que se alzan como cumbres, superando en originalidad y potencia lo convencional. Tal es el caso de su Sonata para viola (1919), su Trío para piano, violín y violonchelo (1921) o su Rapsodia para violonchelo (1923), cimas incuestionables de su producción.

“Poeta, toma tu laúd; el vino de la juventud fermenta esta noche en las venas de Dios”

Estos versos, provenientes del poema Les Nuits de Mai de Alfred Musset (1835) encabezan la Sonata para viola. Como si de un hechizo se tratara, parece que Clarke se autoimpeliera a desatar sus fuerzas. Su tema principal se alza como una fanfarria que da la bienvenida a esa potencia creativa. Una exhortación inicial similar se dará en el inicio del Trío para piano, violín y violonchelo, ambas obras de una energía desconocida y poderosa, a medio camino entre lo post-romántico, lo post-impresionista, entre lo cromático y lo modal. Una escritura muy auténtica y propia, en cualquier caso.

Tras estas obras-cumbre, Clarke se silenciaría en la Inglaterra de mediados de los años 20, volviendo a alzar la voz a finales de los 30, cuando en Estados Unidos retomara la composición y evolucionara su estilo hacia un neoclasicismo más escueto y conciso.

Antes de que el poeta (la poetisa) silenciase su laúd (su potencia creativa), prematuramente, Clarke tuvo tiempo de dejar un legado importante de música para viola, y los restos de un hechizo que nos hace volver la mirada a ella con admiración y una cierta resignación ante sus largos silencios.

Irene de Juan Bernabéu

Pianista madrileña especializada en la divulgación de la música, compagina la interpretación con impartición de conferencias y cursos de música. Colabora con frecuencia con distintos medios de comunicación y es creadora y directora de Urkalia Centro de Música.

www.irenedejuan.com

Foto: Compositora y violista, Rebecca Clarke llegaría a ser una de las mejores intérpretes de su época.

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