Música clásica desde 1929

OPINIÓN #LasMusas / Guillermina y Ana Amalia de Prusia - por Marta Vela

14/08/2022

Continuamos en agosto con la publicación de la sección “Las Musas” de RITMO (solo disponible en papel), donde mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de diciembre de 2021 por Marta Vela.

Guillermina y Ana Amalia de Prusia
Ilustradas coprotagonistas del lienzo de Menzel

Potsdam, 1750. El tercer rey de Prusia, Federico II der Große [el Grande] (1712-1786), ofrece una soirée interpretada por él mismo y sus músicos de cámara ante el reducido auditorio de la corte berlinesa en Sanssouci, el palacio que el monarca se ha hecho construir a las afueras de Berlín, a imagen y semejanza de un petit Versailles, alejado del mundanal ruïdo de la capital prusiana. Bajo los destellos de la hermosa lámpara rococó, se admiran dos figuras femeninas preponderantes, Guillermina, la hermana mayor de Federico, margravine de Bayreuth, en cuyo honor se celebra la velada ante su última visita a Potsdam…, y Ana Amalia de Prusia, la hermana pequeña, sentada en un butacón, junto al resto de los invitados, a la izquierda, en primer plano, Gustav Adolf von Gotter, director de la ópera desde 1743; a su lado, el barón Jakob Friedrich von Bielfeld, consejero del soberano; tras ellos, la mirada al techo, con mueca de aburrimiento, Pierre-Louis Moreau de Maupertuis, presidente de la Academia Prusiana de las Ciencias; al fondo, Carl Heinrich Graun, compositor de ópera de la corte y, detrás del atril, la anciana condesa Sophie Caroline von Camas, confidente del monarca, y Egmont de Chasôt, teniente coronel del ejército prusiano; a la derecha, Joachim Quantz, profesor de flauta del soberano, Franz Benda, de pie, con el violín, y Carl Philipp Emanuel Bach, intérprete de clavecín, además de otros tres músicos anónimos.
Federico y sus hermanas habían recibido una insólita educación, marcada por un padre brutal, el llamado “rey-soldado”, Federico Guillermo de Hohenzollern, opuesto a toda instrucción artística, y una madre sumamente cultivada, Sofía Dorotea de Hannover (hermana de Jorge II de Gran Bretaña), que inculcó a sus hijos el amor por las artes y el goût français, atrayendo a la corte berlinesa a músicos de gran importancia, como el afamado flautista Quantz.
La margravine Guillermina (1709-1758), que ocupa en el lienzo la posición de privilegio de la reina prusiana, desterrada de la corte a causa de la presunta homosexualidad de Federico, se había establecido en Bayreuth con su esposo, erigiéndose en mecenas de las artes, intérprete de laúd y compositora, como demuestra su ópera seria Argenore (1740), sobre un texto de Giovanni Andrea Galletti (entre otras obras), que no fue descubierta sino en 1957 y representada de nuevo en 1993, en la Universidad de Erlangen, institución que la propia soberana había fundado en 1742.
Ana Amalia de Prusia (1723-1787), duquesa de Weimar y abadesa de Quedlinburg, pese a la oposición de su padre, pudo estudiar flauta junto a su hermano. Desde 1758 tomó clases de composición con el kapellmeister de la corte berlinesa, Johann Kirnberger, uno de los alumnos de Johann Sebastian Bach, quien legó a su regia alumna una gran cantidad de manuscritos del kantor de Leipzig, más tarde trasladados a la Königliche Bibliothek zu Berlin (Real Biblioteca de Berlín), y otras obras de incalculable valor, pertenecientes a Palestrina, Haendel o Telemann, en una ambiciosa colección personal aún conservada. 
Ella escribió, sobre todo, música de cámara de estilo galante, lo más apreciado en la corte, en obras para flauta, violín, viola y clarinete, acompañadas por el continuo, y apadrinó la actividad de buena parte de los músicos que pasaron por Berlín en aquella época: “aunque tuve varias oportunidades para perseguir ventajosas posiciones en otros lugares” -escribió Carl Philipp Emanuel Bach en su autobiografía de 1772-, “Su Majestad fue tan amable como para poner fin a toda tentativa con un aumento sustancial de mi salario. En 1767, obtuve el nombramiento en Hamburgo como Musikdirektor [director musical], sucediendo al fallecido kapellmeister Telemann. Después de persistentes [y] peticiones muy respetuosas, recibí el permiso del rey; y la hermana del rey, Su Alteza la princesa Amalia de Prusia, me hizo el honor de nombrarme Höchstdero Kapellmeister [maestro de capilla en jefe] a mi partida”.
Y es que, a pesar de su fecunda actividad compositiva, tanto Guillermina como Ana Amalia han pasado a la posteridad como grandes mecenas del siglo XVIII y no como creadoras; la primera, ante el ingente patrimonio arquitectónico y cultural en Bayreuth; la segunda, en su primordial papel de preservación del talento ajeno, impagable contribución al arte que tanto amó, con la protección de las obras de Bach cedidas por Kirnberger, cuyos manuscritos conservamos hoy día gracias al esforzado empeño de la princesa prusiana.
Así pues, a tenor de la refinada educación y de la rara intuición artística de ambas, no extraña que Adolph von Menzel, el autor del óleo Flötenkonzert Friedrichs des Großen in Sanssouci (Concierto de flauta de Federico el Grande en Sanssouci), casi un siglo más tarde (1850-1852), situase a ambas damas en el papel de coprotagonistas, cuya silenciosa admiración ante la interpretación del rey no procedía, desde luego, de la estudiada pose de otros miembros de la corte, sino de una afinidad artística y espiritual con el regio intérprete, rara, incluso, para las mujeres nobles de su época. 

por Marta Vela
Pianista, escritora y docente en la Universidad Internacional de La Rioja. Sus dos libros, Correspondencias entre música y palabra (Academia del Hispanismo, 2019) y Las nueve sinfonías de Beethoven (Fórcola, 2020) le han valido sendas candidaturas, en 2020 y 2021, al Premio Princesa de Girona en la modalidad de Artes y Letras.

http://martavela.com/ 

 

Foto: Concierto de flauta de Federico el Grande en Sanssouci (1850-1852), óleo de Adolph von Menzel.

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