Música clásica desde 1929

La soprano napolitana Anna Pirozzi enamora al público en el Festival Perelada

28/07/2024

La soprano napolitana Anna Pirozzi (1975) ha vuelto a enamorar, el sábado 27 de julio, al público que llenaba la iglesia del Carme, en el recital que ha ofrecido titulado Addio mio dolce amor. Il maestro Puccini e l’ ópera italiana. Pirozzi ya irrumpió con una fuerza inusitada en la edición de 2022 del festival ampurdanés en el papel de Abigaille, la falsa hija mayor de Nabucco –rol que ha interpretado en más de 100 ocasiones-, y hoy lo ha vuelto a hacer, volviendo a provocar la admiración de la audiencia con una actuación magistral en la que ha destacado su gran capacidad de transmitir emociones profundas y sutiles.

Esta soprano dramática de coloratura, una de las grandes voces de la ópera actual, que se enamoró del género cuando escuchó a los 25 años una grabación la cavatina Casta Diva, de la ópera Norma (Bellini), interpretada por la Callas, ha abierto el programa con el aria Juste Ciel!, la bellísima oración de Pamyra en el acto tercero de Le siège de Corinthe (Rossini), que ha ido precedida de la interpretación de una transcripción para conjunto instrumental de la apertura de la ópera bufa Don Pasquale, de Donizetti, a cargo de la pianista Sophia Muñoz y del Quartetto Lirico Italiano, formado por Lico Mirela y Leonard Simaku (violinos), Livia Rotondi (violonchelo) y Luca Pozza (viola), que es el responsable de las transcripciones y adaptaciones instrumentales. El conjunto instrumental ha completado una velada impresionante, de un nivel altísimo, tanto en las arias como en las piezas instrumentales, lo que ha cohesionado el espectáculo.

Entonces es cuando ha tenido lugar uno de los momentos más esperados de la velada, cuando Pirozzi ha vuelto a revivir ese instante de enamoramiento del género al interpretar a Casta Diva, haciendo justicia a su belleza melódica y expresando con todos los matices necesarios la profunda emoción que requiere la plegaria de la sacerdotisa druídica, un personaje complejo, a la diosa lunar.

Este momento crucial, que ha sido casi mágico, ha dado paso a la interpretación, por parte del conjunto de cámara, de una paráfrasis instrumental de Rigoletto, en la primera ocasión en la que Verdi aparecía en esta velada. Pirozzi ha ofrecido a continuación una nueva cavatina -aria de presentación del personaje-, en este caso Io son l’umile ancella, que interpreta a la protagonista de la ópera Adriana Lecouvreur en la obra homónima de Cilea, para volver a Verdi -la única aparición vocal del compositor en esta velada-, a través de la interpretación de Pace, Pace Mio Dio, de la ópera La forza del destino, en la que Leonora, recluida, muestra su desesperación, pero también su resignación, ante un dilema de resolución imposible y los designios divinos. Ya entonces Pirozzi había ofrecido un abanico de recursos espectacular y una admirable capacidad de control en la modulación de la voz.

En la recta final de la primera parte ha hecho acto de presencia específicamente el compositor mencionado en el título, Puccini, del que hasta entonces se había intuido su huella. El conjunto de cámara ha interpretado el preludio del tercer acto de Edgar, una de las óperas menos conocidas del maestro italiano, de la que Pirozzi ha elegido, para cerrar la primera parte, una bellísima aria de melodía dulce y expresiva, Addio mio dolce amor, en el que Fidelia, que representa el amor puro y fiel se despide de Edgar deseando que encuentre la felicidad aunque esté lejos de ella. El aria es un ejemplo temprano del talento de Puccini para crear piezas líricas y emotivas y prefigura el estilo que el compositor italiano perfeccionará en obras posteriores como La Bohème, Tosca o Madama Butterfly.

La segunda parte ha comenzado con otra aria de Puccini, la introspectiva y melancólica In quelle trine morbide, de la ópera Manon Lescaut, en la que Pirozzi ha sido capaz de transmitir el amplio abanico de emociones que atraviesa el personaje que da nombre a la ópera. El recital ha continuado con el interludio instrumental de I Pagliacci de Leoncavallo y el aria Qual fiamma, de la misma ópera del repertorio verista, que canta Nedda, la esposa de Canio. La visceralidad de los sentimientos que se expresan ha empapado la interpretación de estas piezas tanto por parte de los instrumentistas como de la soprano. Dramatismo, angustia, pasión, ternura y conflicto deben combinarse con un notable control vocal, un aspecto que la cantante ha superado con excelencia.

Había que rebajar un poco la intensidad, pero manteniendo la tensión, y eso es lo que ha conseguido el conjunto de cámara con Tregenda, de Le Villi, la primera ópera de Puccini, pieza que, según el periodista y crítico musical, Juan Lucas, el biógrafo del compositor italiano Julian Budden califica de “Cabalgata de las valquirias en miniatura”. Se ha producido entonces un pequeño cambio en el programa previsto, con la interpretación por parte del conjunto de cámara de una paráfrasis instrumental, construida a partir de algunos fragmentos melódicos remarcables de Il Trittico, el tríptico de óperas en un solo acto (Gianni Schicchi, Suor Angelica, Il Tabarro) que Puccini estrenó en el Met de Nueva York en 1918 y que hoy Pirozzi ha trufado con la interpretación de la conocidísima aria de Lauretta, O mio babbino caro, de Gianni Schicchi. La soprano napolitana ha cerrado el programa con una de las mejores y más bellas muestras del lirismo dramático verista como es el aria La mamma morta, de Andrea Chénier (Umberto Giordano). La ovación ha sido memorable y las exclamaciones de "¡brava!" numerosas y sonoras. Pirozzi y el quinteto musical han respondido al entusiasmo del público con dos bises, dos bellas canciones napolitanas, Dicitencello vuie (Giacomo Rondinella) e I'te vurria vasano (Eduardo di Capua).

Segunda función de Folclor

La velada de ayer en el Festival Perelada ha vuelto a ser doble, ya que por la noche (22h), el Mirador del Castillo ha acogido la segunda función del magnífico espectáculo Folclor, de la compañía cubana Acosta Danza, que ha conseguido la misma recepción cálida y entusiasta que manifestó el público en la función de antes de ayer. Folclor se divide en tres coreografías: la primera es Paysage, soudain, la nuit, del bailarín, cineasta y coreógrafo sueco Pontus Lidberg y es una pieza para 11 bailarines que hace una celebración de la juventud entre el anochecer y el alba.

La segunda coreografía es el dueto Soledad, obra del coreógrafo español Rafael Bonachela y se trata de una pieza elegante, sexy y emocionalmente cargada, una pieza que es eminentemente latina por lo pasional y que explora los lados salvaje y tierno de una relación. La tercera coreografía es Hybrid, una pieza inspirada en el mito de Sísifo, para 9 bailarines, de los coreógrafos cubanos Norge Cedeño y Thais Suárez, que ilustra la energía y la destreza de los bailarines a la hora de mezclar, sin que se noten las costuras, las tradiciones africanas de los yorubas con un baile esencialmente contemporáneo.

 

Foto © Miquel González-Shooting

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