Música clásica desde 1929

Crítica / Max Bruch, viento a favor - por Ramón García Balado

A Coruña - 28/10/2022

El violinista Sergey Khachatryan, presentado con la Orquesta Sinfónica de Galicia, se maneja preferentemente con un Stradivarius Huggins de 1708, cesión de la Nippon Music Foundation y más recientemente, con un Guarnieri del Gesu (Ysaÿe) de 1740.

Andrew Lytton, formado en dirección con Sixten Ehrling, en la Juilliard School of Music, de Nueva York, siguió la docencia de Walter Weller en el Mozarteum de Salzburgo y con Edoardo Müllerin, en el Teatro alla Scala (Milán). Fue director en períodos dilatados de la Orquesta Sinfónica de Bournemouth, y de la O. S. de Dallas; también de los Summerfest de la O. de Minnesota, actividades que compaginó con la O. de Bergen (Noruega), dejando como resultados una intensa colaboración con orquestas de ámbito internacional.

Max Bruch, fiel vástago de la tradición germana de los Brahms, Liszt o el propio Wagner, se haría apreciar como compositor coral, tras sus primeras lecciones con Ferninand Hiller, con el ambiente familiar propicio,  en una carrera que le llevará a Mannheim, Koblenz, Sondershausen o Berlín, llegando a ser maestro en la Hochschule für Musik Berlin, desde 1890. Gloria y notable consideración alcanzará por la Fantasía Escocesa, para violín y orquesta o la curiosa Kol Nidrei Op. 47. Este Concierto para violín y orquesta nº 1, en Sol m. Op. 26, es obra sobre la que trabajó a partir de 1886, y que tardará dos años en estrenarse, en una sentida dedicatoria a J.Joachim, condensando efectivamente virtuosismo y un melodismo sobresaliente, en beneficio del solista.

Khachatryan, viento a favor, en dominio de abrumadores ataques de precisión técnica apurada hasta acerados legati casi imperceptibles y un equilibrio tramado con Andrew Litton, ratificó el esperado estado de gracia.   

El Allegro moderato, resultó  argumento introductorio a los movimientos que siguieron, en medio de ciertas dudas que embargaron  al autor en cuanto a la denominación de la obra, por su clara inclinación al talante rapsódico- de ello estuvo sobrado el solista-, en ese diálogo aceptado. Eran  las maderas quienes acentuaban su dramatismo, en el paso a una cadencia del solista que cedía  el paso a un tema secundario.

El Adagio decidido  extenso movimiento marcado por un tema en Mi b. M., predispuso  al obligado protagonismo del solista, en un tema cargado de razones melódicas gracias a su intensa variedad, vía de un apabullante desarrollo, en el que imponía  sus recursos. Flauta y trompa, estimulan en el violinista para que reafirmase  el tema que reclamaba el tiempo, antes de pasar al Allegro energico, impetuoso y decidido en toda su amplitud por su evidente desenfado en el que se acentúan los aires zíngaros y los ritmos acentuados, que para muchos aficionados, algo debe a Johannes Brahms. En ese contexto, un segundo tema claramente contrastante, se rindió  al dominio absoluto del solista.

Sergei Prokofiev, con la Sinfonía nº 5, en Si b. M. Op. 100, del verano de 1944, en el apogeo de su creatividad musical, en su madurez y profundidad de expresión y que junto a otras obras de relevancia, comparte el sólido y oscuro Si b M., lo más amable de la sinfonía, es su escala épica, usando en ella un denso estilo patriótico, que había cifrado en obras como Alexander Nevsky, La guerra y la paz o Iván el terrible, en ese contexto puramente sinfónico.

Andrew Lytton acentuó los temas, la orquestación  dentro de un criterio y  espíritu amplios y  fuertes: la ironía y lo grotesco desempeñan un papel quizás reducido, tantas veces crucial, mostrando mayor interés por los tiempos lentos, tanto en el primero Andante como en el tercero Adagio- que en conjunto, abarca casi la mitad de la obra-, representando ambos el logro más importante a la búsqueda de un lenguaje abstracto.

El Allegro marcato, un scherzo, no negaba la recurrencia a motivos de una escena de Romeo y Julieta, que había rechazado en el ballet (la escena de la carta),  y en el que se encuentra un a modo de tocata, tal propio en su estilo, por la elocuencia contundente del dinamismo, en medio de ostinato, en acompañamiento que nos traslada a un tema suave y ágil que facilita un juego de paráfrasis definitorias. Sorprende el aire plácido que nos encontramos, casi de pastoral, en el que oboe, clarinete y trompas, se mueven con natural desenvoltura. 

El Allegro giocoso, iniciado con flautas y fagotes, parecían dispuestos a resolver la evolución de la obra, en la que sucesivamente, y dentro de unas pretensiones cercanas a lo popular, fueron las  flautas, clarinetes, violines quienes decidieron  resolver una necesaria solemnidad sin excesiva acentuación.

Ramón García Balado  

   

Sergey Khachatryan

Orquesta Sinfónica de Galicia / Andrew Litton

Obras de Max Bruch y S. Prokofiev

Palacio de la Ópera, A Coruña

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