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Crítica - Angela Gheorghiu, una pretenciosa “supuesta diva” - Teatro Real

17/07/2018

Una vez más nos visita Angela Gheorghiu. Fui uno de sus más fervientes admiradores al inicio de su carrera. En 1997 la escuché una Micaela en Carmen verdaderamente maravillosa, tanto que robó el espectáculo nada más y nada menos que a Placido Domingo, Waltraud Meier y Leiferkus. Desde entonces ha sido para mí una sucesión de decepciones. Canceló su Traviata en el Teatro Real en 2003 por diferencias con la puesta en escena de Pizzi, en 2007 nos ofreció un recital que fue un camelo, en 2010 una Amelia de Simon Boccanegra más que deficiente. En 2002,  en el Festival de Salzburgo, se lucieron ella y su entonces marido Roberto Alagna, en un Roméo et Juliette de Gounod que rayó lo vergonzoso, dando por supuesto su triunfo cuando gran parte del teatro los bufaba. Tuve que esperar a 2015 para escucharla de nuevo, en esta ocasión deslumbrante, en la Charlotte de Werther de Massenet, sustituyendo a Garanca.

A la vista de su evolución a mejor esperaba con interés el recital que nos ha ofrecido en el Teatro Real pero, una vez más, ha estropeado sus indiscutibles virtudes con una amaneramiento y una actitud de supuesta “gran diva” que me han arruinado su regreso. Digo me, porque el público, dada su reacción, no coincidía en absoluto con mi apreciación.

Tras la preciosa Rapsodia rumana n. 1 e de George Enescu, la cantante apareció en escena y ofreció una notable interpretación del recitativo y aria “Del sultano Amuratte” y “Io son l’umile ancella” de Adriana Lecouvreur de Cilea, en los que demostró que es un papel que le va como anillo al dedo ya que al interpretar a una “grand dame del teatro” pasaron inadvertidos sus tics. Aunque le faltó el “grandeur” que otras cantantes, han logrado dotar al personaje.

Entonces escuchamos al tenor Teodor Ilincai, la gran sorpresa de la noche, “L’anima ho stanc”, de la misma ópera. Ilincai tiene una bella, llena, poderosa y un arrojo que es de agradecer. Su instrumento se resiente en la zona grave, pero la media es ancha y sonora y en la aguda extraordinaria. Le falta pulirse pero si lo hace le auguro una gran carrera.

Después otro interludio orquestal la deslumbrante Polonesa de Eugenio Oneguin de Tchaikovski.

Y llegó uno de los puntos negros de la velada. Gheorghiu cantó la “Habanera” de Carmen rozando lo bochornoso, ni su voz, ni su interpretación superaron lo mediocre. Fue una cantante haciendo un numerito absolutamente vacuo y sin carácter.

Ilincai, después no ofreció, una más sentida que perfecta “E lucevan le stelle” de Tosca.

Para finalizar esta primera parte cantaron a la limón el dúo “O sovae Fanciulla” de La Bohème y ambos estuvieron notables, aunque era evidente que el tenor se mostraba más que atento a seguir a la soprano sin cometer el menor desajusta.

La segunda parte comenzó con la bella Danza húngara n. 5 de Brahms.

Después, Ilincai cantó con una emoción de muchos quilates “Colpito qui mávete” de Andrea Chénier de Giordano.

Gheorghiu apareció de nuevo, tras cambiarse de traje, y ofreció “Un bel di vedremo” de Butterfly. No se pueden destrozar un aria de forma más flagrante, convirtió la bellísima aria en un pastel empalagosa, sin sustancia, fuegos de artificio sin sentido.

Menos mal que con el dúo “Vicino a te s’aqueta” de Andrea Chénier ambos cantantes mostraron lo mejor de sí mismos e hicieron una notable interpretación y se mostraron perfectamente ajustados.

Entonces llegó otro interludio orquestal, el erróneamente denominado vals de la Suite de jazz n. 2 de Shostakovich, ya que procede de la recopilatoria “Suite para orquesta de variedades” de 1956, que a su vez se escuchaba en la banda sonora del mismo compositor de la película de 1955 El primer escalón de M.K. Kalatazov, cuyos primeros compases están inspirados en la canción española de la tuna “Yo te daré”.

Ilincai en solitario entonces nos ofreció el inevitable ”Nessun dorma” de Turandot de Pucini que comenzó fuera de tono y muy perdido hasta irse entonando hasta completarla con un final brillante y bien resuelto.

De nuevo la Gheorghiu volvió a lo suyo y ofreció una buena interpretación del “Ebben ne andro lontano” de La Wally de Catalani, aunque el misterio y la evanescencia de la pieza estuvieran ausentes.

La parte oficial del programa concluyo con el dúo “Muzika” de Grigoriu, con la que al buen canto se unió la más ridícula de las actitudes de ambos intérpretes.

Para corresponder al entusiasmo del “respetable” la soprano ofreció otro inevitable “O mio babbino caro” de Gianni Schicci de Puccini, con la que demostró que su voz se adapta sin problemas a este tipo de partituras pero cuya interpretación fue más exhibición que otra cosa.

Ilincai canto después “Esa mujer” de La Tabernera del Puerto que bordó con excelente español y una entrega y pasión muy idónea para la pieza.

Los dos intérpretes cerraron la velada con Granada cantada al alimón.

El director Ciprian Teodorascu acompaño “respetuosamente” a la soprano y con más soltura al tenor. Las maravillosas piezas orquestales elegidas, lo mejor musicalmente del concierto,  las resolvió con oficio.

Un concierto con mucho ruido y pocas nueces.

Francisco Villalba

Foto: Angela Gheorghiu en el Teatro Real.

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